El cura y el surtido de galletas

El cura y el surtido de galletas
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Esta mañana, mientras me daba el lujo de desayunar con algunas de las piezas de un surtido de galletas --me he acabado la primera bandeja para poder abrir la segunda-- me he acordado de una anécdota muy graciosa que siempre contaban unos amigos míos: el cura y el surtido de galletas.

Esta anécdota tiene lugar años atrás, pues yo la escuché de su boca por primera vez a mediados de los noventa, así que tratad de situaros en una época en la que era habitual que el cura del pueblo fuera a tomar café y pastas a casa de los feligreses de vez en cuando para comentar asuntos personales o discutir algún tema de la parroquia.

Un vistazo a…
GALLETAS DE CANELA, pasas y nueces estilo americano

Para la correcta comprensión de la anécdota, también hay que matizar que los surtidos de galletas han cambiado bastante en estos últimos años. Si mi memoria no me falla, la mayoría de galletas eran bastante discretas, salvo las que venían envueltas, y además el envoltorio no era hermético, sino que se enrollaba por las puntas, como los caramelos.

Bueno, el caso es que mis amigos habían quedado con el cura para la merienda, y como buenos anfitriones habían dispuesto un pequeño ágape compuesto de café, un surtido de galletas en una bandeja, zumos... en fin, lo normal para recibir a un invitado.

Mientras esperaban al cura, mis amigos se comieron todas las galletas envueltas del surtido
Por motivos que ahora no recuerdo, el cura no se presentó en casa de mis amigos a la hora acordada, y mientras esperaban, inconscientemente fueron picando alguna que otra galleta para matar el gusanillo y entretenerse durante la espera.

Para cuando quisieron darse cuenta, se habían comido todas las galletas envueltas, y claro, un surtido de galletas sin galletas envueltas es como un día de playa sin sol, pierde la gracia, así que ni cortos ni perezosos, se dedicaron a envolver otras galletas del surtido con los envoltorios de las especiales, que normalmente eran de chocolate.

Al final, con un retraso considerable, el cura apareció entre disculpas varias, y se sentaron todos a la mesa para merendar. Como podéis imaginar, la primera galleta que decidió escoger el párroco fue una de las envueltas, pero lo que no se esperaba era encontrarse en su interior una galleta normal y corriente en vez de una con chocolate o un barquillo.

La cara del párroco al no encontrar la galleta esperada era impagable
Cuentan mis amigos que la expresión de sorpresa en su rostro, unido su pequeña travesura, hizo que apenas pudieran contener las risas, más aún cuando, tras comerse la primera galleta, su invitado volvió a alargar la mano para coger una segunda galleta envuelta y se encontró de nuevo con tan desagradable decepción.

Cada vez que me imagino la escena no puedo sino sonreír, debía ser hilarante ver como iba abriendo una a una todas las galletas buenas para darse de bruces con una normal y comérsela sin decir nada, en parte por educación y en parte porque no es muy elegante quejarse del contenido de las galletas envueltas de un surtido cuando te las estas comiendo tú todas.

No sé si la anécdota del cura y el surtido de galletas llego algún día a oídos del párroco, o si más tarde mis amigos les confesaron su maldad --no ese mismo día, eso seguro-- y se rieron juntos de aquella cómica escena, pero lo que sí es seguro es que cada vez que me compro un surtido de galletas, me acuerdo de la picaresca de mis amigos.

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