En mi pueblo siempre se los llamó "el chocolate del pobre", pero son imprescindibles en mi desayuno y mis ensaladas

Aprovechar los últimos remates de la temporada de higo para convertirlos en higo seco es tan fácil como reconfortante

Higos Secos
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Jaime de las Heras

Editor Senior
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Jaime de las Heras

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Siempre hay vueltas gastronómicas con las que la vida te acaba sorprendiendo. Recuerdo a mi abuela contarme penurias de no comer otro pescado que no fuera bacalao desalado cuando era joven porque se podía pagar… Y ahora el bacalao en salazón es un pescado más bien caro.

Y ahora, cuando la temporada de higos está a punto de acabar, me ha venido a la mente un comentario de un vecino de mi pueblo, contando cómo hizo un viaje reciente y donde, para matar el hambre, llevaba unas almendras y unos higos secos, "el chocolate del pobre, como lo hemos llamado siempre".

Ahora es casi irónico, claro. Los higos frescos, una de mis frutas favoritas, tienen precios casi prohibitivos en las grandes ciudades y en origen son una fruta bien pagada, algo de lo que me alegro.

Por eso, llevar en el zurrón o en la montaña, como hace un amigo mío cuando sube a escalar a Los Galayos, en la parte abulense de la Sierra de Gredos, un puñado de higos secos me reconforta en cierta medida.

Ese chocolate del pobre ahora, si lo llevas a una tienda, puede que sea bastante más caro de lo que veas en ninguna tableta de chocolate con leche ultraprocesada, y sea mucho mejor producto.

He de reconocer que mientras hay higos frescos, presto poca atención a otra fruta, y los uso con generosidad en yogures, en ensaladas o comiéndolo simplemente con un poco de queso.

Pero cuando ya el higo fresco ha pasado a mejor vida, el higo seco sigue siendo un complemento infalible para aportar sabor, intensidad y, en mi memoria, un confort que pocos alimentos pueden igualar. 

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