Un experimento ha puesto a prueba la denominada 'ilusión de la huella de carbono negativa' cuando vamos a la compra y los resultados no son alentadores
Nuestra mente es poderosa, maravillosa, fascinante y, en muchos casos, también se arrima al sol que más calienta para convencernos de que estamos haciendo lo adecuado. Algo que, incluso, ha comprobado un experimento científico que ha comprobado cómo aligeramos nuestra conciencia de compra en el supermercado en función de lo que echamos en el carro, pero no de cualquier manera.
El estudio ha comprobado que cuando incorporamos productos ecofriendly, es decir, que anuncian bondades ecológicas –como carne de proximidad, o manzanas ecológicas, o un envase reciclado–, nuestro cerebro, en realidad, nos está haciendo un pequeño timo y nos hace creer más sostenibles cuando no tiene por qué ser así.
Sin embargo, no es, insistimos, cuestión de lo que compres, sino de cuándo lo echas al carro. Hay un sesgo mental que nos hacemos de manera involuntaria por el cual, cuando lo que metemos en la compra es un producto ecofriendly y lo añadimos al final, nuestra mente nos hace creer que, en líneas generales, nuestra elección total de compra –todo lo que hay debajo de esas últimas manzanas ecológicas y de proximidad– ha sido acertada.
Este fenómeno, largamente documentado, se llama ilusión de la huella de carbono negativa, y llega a un punto en que realmente creemos que estamos haciendo una compra sostenible y consciente, cuando puede que, en realidad, solo sea la punta del iceberg de un carro de la compra donde apilamos frutas que se han cruzado el mundo de punta a punta o unos filetes de ternera que, para su producción, no se ha tenido en cuenta ningún tipo de consideración climática.
Es la conclusión a la que ha llegado el experimento, elaborado por investigadores de Universidad de Lancashire y del Luleå University of Technology sueco, donde se preguntó en 150 hogares aleatorios por su huella de carbono estimada. Luego se hizo la misma estimación, pero se añadió a la suma otros 50 ecohogares, es decir, viviendas de personas que se definían como comprometidas con el medio ambiente.
Lo curioso del experimento no es que, lógicamente, la suma de 200 casas ofreciera una mayor huella de carbono –algo lógico, solo por la presencia de más hogares–, sino que directamente tenían la sensación de haber rebajado la huella de carbono, a pesar de que hubiera más casas en la ecuación.
Según los investigadores, lo que sucede y donde entra la mala pasada que nos juega nuestro cerebro, es que los que compran este tipo de productos no solo creen que añadir un buen producto cancela a uno malo, sino que, en líneas generales, se tiene la sensación de que la huella de carbono total se disipa.
La trampa está en el promedio
Podríamos pensar, no sin cierto acierto, que será mejor comprar más productos ecológicos que comprar productos no ecológicos cuando vamos al supermercado, pero lo conveniente sería reemplazar, no equilibrar el sentido del carro.
En cierto modo y aunque sea un ejemplo cogido con pinzas, es como la clásica excusa de tomarse un café con sacarina para no engordar mientras te comes un bizcocho, o de cuando pides un refresco light para tomarte un whisky con naranja.
Según el estudio, el problema de este lío matemático con el que nuestro cerebro se enreda estaría en que tendemos a ponderar el impacto de la compra. Es decir, no estamos pensando que añadir un producto 'verde' realmente suma un poco más a la huella de carbono, sino que necesariamente resta.
De tal modo, si metemos en la cesta de la compra algunos elementos que tengan una huella de carbono baja, hacemos una media de lo comprado –que mejora–, pero en realidad está aumentando la huella ambiental porque seguimos comprando.
Además, parte de la cuestión no solo está en que nos hagamos trampas al solitario, como se podría decir, sino que influye el cuándo compramos estos productos. En este sentido, el experimento y sus conclusiones apuntan a que rematar la compra con algún elemento que tenga una huella de carbono baja, acaba teniendo un gran peso específico en nuestra decisión de compra, es decir, nos retroalimenta y nos hace sentir orgullosos, y nos hace pensar que hemos comprado con cabeza y consciencia. Si, por el contrario, lo último que metemos en la cesta es un elemento del que nos sentimos poco orgullosos, la realidad de la decisión que pesará será esta última.
Todo, como era de esperar, parte de que nuestro cerebro –más allá de que pensemos que nos gusta darnos la razón– es un elemento altamente eficiente que tiende a buscar simplificaciones cotidianas para no gastar más energía de la cuenta.
¿Hay solución a cómo compramos?
Haberla, hayla. En cierto modo, lo que recomiendan los investigadores es que hagamos una preparación sumativa, un concepto que como término puede ser lioso pero que es fácil de entender: suma totales y no los promedios.
En este caso, cuando vas sumando cada parte por separado, la totalización permitía ser más precisos con la huella de carbono y teniendo compra más conscientes que si simplemente ponderamos su efecto.
Puede que suene complicado de llevar a cabo, pero es más fácil si, por ejemplo, cuando hacemos la lista de la compra llevamos los artículos 'ecológicos' involucrados de una manera regular y predecible y no los condenamos al final de la lista –porque allí distorsionan el total–, ni al principio, ya que ahí la ilusión de compra se debilitaría.
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