
El presentador muestra su cocina grande, acogedora y sin filtros: un espacio donde caben risas, recetas improvisadas y mucho sentido común
Cuando los famosos enseñan su cocina, el resultado suele parecer más un escaparate de tienda de diseño que un espacio donde se corta cebolla. Mármol reluciente, electrodomésticos imposibles de usar sin manual y ni rastro de una sartén con fondo quemado. Arturo Valls, en cambio, va por otro camino.
Su cocina es generosa en metros cuadrados, con una isla central gris que ocupa el centro como si fuera una pista de baile familiar. A un lado, una alacena blanca con aires de otra época, heredada o comprada con ojo nostálgico, que aporta calidez clásica al conjunto. Los tonos crema y blanco se mezclan con grises suaves, y el resultado es ese tipo de elegancia sin pretensiones que se hace que uno se sienta como en casa.
Tortillas de espárragos
Allí no se preparan platos de autor, sino tortillas. De espárragos, concretamente. Con ese entusiasmo de quien cocina para comer, no para impresionar. Y lo hace bajo una campana extractora visible y práctica, con luz amarilla y cazuelas que no combinan, pero cumplen.
Lo curioso es que todo funciona. El microondas no es bonito, pero calienta. El frigorífico enseña más de lo que oculta y la encimera ha visto batallas que no presumen de hashtag. No hay mise en place ni vajilla monocromática. Hay improvisación y mucho humor.
Una cocina con autenticidad
Y sin embargo, ese espacio tiene algo que muchas cocinas de revista no logran: autenticidad. Entre los electrodomésticos funcionales, los colores neutros y envolventes y el humor inevitable del presentador, se respira un ambiente vivido. Como si ahí, justo en esa isla de color gris perla, ocurrieran cosas reales.
Porque Valls no cocina desde el ego, sino desde la gracia, lo que le caracteriza como presentador. Su actitud jovial, sobre elementos decorativos como un hule de palmeras tropicales a juego con los tonos verde de tu cocina, parece señalar que si no hay cebolla, pues puerro. Si falta aceite, se tira de mantequilla.
Y así, entre decisiones rápidas y comentarios cómicos, convierte su cocina en una escena de la vida doméstica que todos reconocemos. Y lo hace con accesorios algo estrambóticos como un llamativo bol amarillo.
El flamenco en su cocina
Tal vez por eso engancha: no hay filtros, ni aspiraciones gastronómicas, solo alguien cocinando en una cocina amplia y cálida, que podría ser la de cualquiera si cualquiera tuviera una isla y el sentido del humor de Arturo.
Tampoco le faltan elementos decorativos como un esbelto flamenco con el que, sin duda, debe de hacer mucha guasa con los suyos, y unas paredes con colores sólidos que enmarcan los muebles de corte clásico del personaje.
Foto | @arturovallsofficial/Instagram
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