
La Quinta Vendimia es una peculiar bodega de la Ribera del Duero soriana que elabora grandes vinos con pequeños medios
Chicho Ossa es de formación enólogo, pero hoy no le preocupa ni el estado de las viñas tras las recientes heladas ni el envejecimiento de su vino: una empresa de logística ha perdido un palé de 600 botellas que debería estar ya en un contenedor del puerto de Valencia que sale mañana con dirección a Uruguay.
Es la primera vez que exportan vino a este país, que Ossa cree que tiene bastante potencial. Quiere que vaya bien, pero también le preocupa que vaya demasiado bien, porque si los pedidos aumentan, no hay suficiente vino para satisfacerlos.
En La Quinta Vendimia son 18 socios. Todos del mismo grupo de amigos de Soria capital: es prácticamente imposible salir a dar un paseo y no toparse con alguno de ellos. Pero no tocan ni a mil botellas por cabeza. De la bodega, que ocupa una nave del vivero de empresas de San Esteban de Gormaz, solo salen al año unas 15.000 botellas. Y eso si el clima se comporta.
Este año pinta bien: ha llovido mucho y la tierra está mejor que nunca. Pero Ossa no descansa hasta que han hecho la vendimia. Debido al cambio climático, la parte soriana de la Ribera del Duero, más alta y más fría, es cada vez más valorada. Pero el tiempo en la provincia sigue siendo muy puñetero: no es raro que hiele en mayo o caiga una granizada en septiembre antes de vendimiar.
“El año pasado nos granizo a 10 días vista de vendimiar, por ejemplo”, explica Ossa. “No puedes hacer nada salvo emborracharte bien para intentar olvidar ese día lo antes posible. No hay otro método”.
El difícil resurgir de las viñas viejas
En La Quinta Vendimia solo trabajan con cepas viejas: la parcela con las vides más jóvenes se plantó hace 40 años, la que tiene las más antiguas en la primera década del siglo XX.
Con estos mimbres no es fácil crecer. Toda esta zona de Soria está repleta de viñedos, pero con la creciente despoblación muchas vides están abandonadas a su suerte y muy poca gente está dispuesta a venderlas. Es un problema parecido al que sufre la vivienda en la zona: cada vez hay menos gente, pero los jóvenes que quieren vivir y trabajar en la zona se encuentra una y otra vez con el problemático y atomizado legado de gente que ya no vive allí. Son problemas que comparten las 14 bodegas unidas en torno a la asociación Viñas Viejas de Soria, a la que también pertenece La Quinta Vendimia.
El proyecto de la bodega surgió, de hecho, cuando uno de los socios comentó en un vermú torero –de esos que tanto suelen alargarse en Soria– que su familia, del pequeño pueblo de Pedraja de San Esteban, iba a arrancar la viña porque no querían trabajarla.
“Así fue como empezamos”, explica el enólogo. “Ya sabes que la gente de aquí es un poco cerrada y no admite que tú llegues a coger sus viñas. Pero teníamos el enlace de aquí y nos dijeron que sí, que no había problema. ¿Cuántos viñedos de calidad están abandonados por el tema de la despoblación?”
El problema de las viñas viejas, explica Ossa, es que son muy trabajosas y tienen muy poco rendimiento. En toda está zona se han utilizado siempre para hacer vino de autoconsumo, pero según se ha ido haciendo mayor la gente que lo fabricaba, las viñas se han dejado de lado. “Para que la viña vieja te salga rentable tienes que vender la uva muy cara”, explica. “O hacer el vino tú y venderlo, como en nuestro caso”.
A su bajo rendimiento hay que sumar, también, el minifundio característico por estos lares. Para producir sus 15.000 botellas La Quinta Vendimia trabaja con ciento y pico parcelas, desperdigadas entre varios pueblos de la Ribera Soriana, entre Pedrajas, Alcubilla del Marqués y Langa de Duero. “Es un coñazo porque no están tan cerca”, reconoce Ossa. Además, aunque no cuentan con certificación, hacen un manejo en ecológico, siempre más costoso. “Es una filosofía de trabajo”, explica el enólogo. “Obviamente si yo echo aquí glifosato, en combinación con un herbicida residual, no tengo que labrar. Me ahorraría mucho curro”.
Un buen tinto, un magnífico blanco
La parte buena es que, en bodega, Ossa tiene mucho margen para experimentar con diferentes procedencias: la uva de sus dos vinos tintos es tempranillo, pero su comportamiento cambia en función de los distintos suelos.
En la Ribera del Duero predominan los suelos franco-arenosos, pero La Quinta Vendimia cuenta con parcelas en suelos de arena pura. “Son más arenosas y dan vinos más finos, por así decirlo, con un perfil más floral”, explica Ossa que, con estas uvas, elabora su vino de gama más alta, que hace su segunda fermentación durante entre 16 y 20 meses en barricas de roble francés. “Ya podría haberle sentado mejor la americana porque es más barata, pero no, le sienta mejor la barrica francesa”, bromea.
La bodega también trabaja un vino rosado y uno blanco, que es el que más éxito ha tenido y, dada su escasa producción, se agota enseguida. “Es muy difícil hacer un blanco en Ribera del Duero con el tipo de variedad que tenemos, entonces el que lo consigue gana prestigio, porque la variedad no se prestaba mucho a ser grande, pero es un vino que está de moda y hay pocos”, explica Ossa.
El enólogo se refiere, claro, a la uva albillo. Durante años denostada, generalmente acababa mezclada con la uva tempranillo en los tradicionales tintos de la zona. No fue hasta 2019 cuando Ribera del Duero acepto la variedad dentro de la DO, pero siguen siendo muy pocas las bodegas que logran buenos blancos con ella.
Del Valle de Napa a Soria
Ossa, natural de Sevilla, es de familia guineana. De formación químico, se topó con la enología a mitad de carrera y acabó estudiando esta rama en Córdoba –donde, entre otras cosas, se enamoró de los vinos generosos–. Aunque su primer trabajo era un empleo bien pagado en una mina, el estaba decidido a hacer vino, y se fue a aprender los rudimentos de la profesión primero al Valle de Napa, en EEUU.
Fue en Sevilla donde conoció a su actual pareja, ella sí, soriana. Y sabiendo que cerca se hacían buenos vinos se instaló en la capital de la provincia. Pero tardó en trabajar allí como enólogo. Antes de que se fundara La Quinta Vendimia, en 2016, estuvo trabajando en Alemania, Australia y Francia y, finalmente en las bodegas Borsao, de Borja.
Su perfil, afrodescendiente con acento sevillano, resulta bastante curioso en tierras del Cid, pero él asegura que no le ha reportado ningún problema: “En Soria es exótico, en Estados Unidos o Australia era bastante menos. Pero no me genera nada ni bueno ni malo o por lo menos yo no me doy cuenta”.
Actualmente, Ossa es el único empleado de La Quinta Vendimia. Ejerce de enólogo, capataz, comercial y lo que haga falta. El resto de socios ayudan en la vendimia, cuando toca etiquetar o visitar ferias, pero tienen sus otros trabajos: él es el único que está al pie del cañón en el día a día de la bodega.
En la nave donde trabaja, a rebosar de barricas, depósitos y aparejos, Ossa comparte herramientas con sus vecinos de polígono, otras cuatro bodegas: “No tenemos embotelladora y usamos la del vecino que sí tiene. Tampoco tenemos filtro porque el vecino tiene, pero por ejemplo el vecino no tiene lanza de llenado. Si duplicamos todo o cuadruplicamos es una estupidez”.
La última adquisición es una máquina de etiquetado, que pretenden estrenar en los próximos días. “En cinco o seis horas hacíamos a lo mejor 600 o 700 botellas entre cuatro y esta máquina hace 800 a la hora”, explica.
Su visión de futuro, concluye Ossa, es ir poco a poco mejorando los vinos y creciendo lo suficiente para llegar a más clientes, pero sin volverse locos: “Con las viñas que tenemos y algo más que compráramos podríamos hacer unas 30.000 botellas, venderlas bien y vivir tranquilos. El problema es que si te metes a elaborar más y a crecer a lo loco porque tienes el mercado, luego ese mercado se puede ir abajo. Nosotros casi estuvimos a punto de invertir en hacer una bodega antes de la pandemia. Si viene un año después nos arruinamos. No queremos elaborar a lo loco, si no incrementar la calidad del vino que hacemos, que ya estamos en un nivel bastante potente. Pero el nivel no lo pones tú, el nivel lo pone la gente”.
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