El molinillo de café

He visto la fotografía superior y me ha venido a la mente algo que ni siquiera sabía que recordaba, cuando yo tenía unos siete u ocho años, en casa de mi madre había un molinillo de café idéntico a este. Recuerdo que en aquella época, en la que todavía no me gustaba el café, aunque su olor me embriagaba y en la que mis padres todavía lo podían tomar con cafeína, sin miedo a perder el sueño, lo habitual era comprar el café en grano.

En el resto de las casas no sé cómo sería el tema, pero en la mía los encargados de moler el café éramos los niños, de vez en cuando, mi madre nos llamaba a la cocina, ponía el molinillo sobre la mesa, un cuenco de granos de café y un bote de cristal con tapa metálica, que en un principio había entrado en casa como contenedor de alguna de las mermeladas que devorábamos mis hermanos y yo a la hora del desayuno o de la merienda.

Para mí era como un ritual, no había nada que decir, la cosa estaba clara, cogía el cuenco, lo olisqueaba, volcaba unos pocos granos de café sobre el muelas del molinillo, cerraba la tapa, me sentaba en una silla, ponía el molinillo entre mis rodilla y comenzaba a darle vueltas a la manivela hasta que el café dejaba de hacer ruido, entonces ponía el molinillo sobre la mesa, abría el cajoncito con cuidado, volvía a olisquear el café recién molido y pasando el dedo sobre la superficie del negro polvo decidía si había que darle otra pasada o no. La operación se repetía, hasta que había molido todos los granos de café y el bote reciclado de mermelada estaba lleno.

Está claro que con el tiempo ese molinillo manual desapareció y dio paso a un moderno, práctico y vistoso molinillo eléctrico de color rojo, que en dos segundos molía el café justo para una cafetera y con el que ya no era necesaria mi colaboración en la cocina. Reconozco que era más rápido y que seguramente el café salía mucho más sabroso y aromático, pero sin embargo no tenía ningún encanto.

Ahora me doy cuenta que y a mí me quitó la oportunidad de seguir disfrutando de aquellos momentos, que me resultaban tan placenteros, en los que no recuerdo haber mantenido ninguna conversación interesante con mi madre pero en los que sin embargo la observaba trapichear, limpiar o cocinar alguna cosa. Me pregunto si mi madre todavía tendrá guardado aquel molinillo por algún sitio.

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