Empacho de arte: visitar los grandes museos como El Prado o el Louvre se ha convertido en una tortura. Y es nuestra culpa

Visitar un museo debería ser una experiencia placentera, no una actividad agotadora

Liliana Fuchs

Editor

No te quieres ir de Madrid sin visitar el Prado. Vas a París y tienes clarísimo que el Louvre está en tu itinerario. ¿Cómo vas a ir a Ámsterdam sin pasar por el Rijksmuseum? Ir a Londres sin sacar entradas para el British o la National Gallery parece un crimen.

Me apasiona la historia del arte en todas sus formas. Y esa pasión comenzó a brotar antes incluso de saber que me matricularía en la, todavía entonces, licenciatura correspondiente, lo que me llevó a cometer un error que hoy no recomiendo a nadie. Salvo que seas, también, un poco friki de esta disciplina, porque entonces sufrirás y disfrutarás a partes iguales del empacho de un museo.

Llámalo empacho, atracón, hartura, sobredosis o, simplemente, exceso. Admitámoslo: casi todos los grandes y más famosos museos de arte son monstruos de dimensiones a todas luces excesivas. Al menos, en su labor divulgativa y expositiva, inaccesibles para el público general. Sí, se puede visitar el Museo del Prado de pe a pa en un solo día, incluyendo las exposiciones temporales, pero el riesgo de salir odiando el arte hasta las entrañas es más que alto. Con dolor de riñones y piernas de regalo.

El turismo masivo no solo colapsa las calles de las grandes ciudades, inunda playas y abarrota pueblos pintorescos reconvertidos en parques temáticos. Los grandes museos también sufren esta turistificación, un fenómeno que no es nuevo pero que se ha ido agudizando en los últimos años hasta límites casi insostenibles. No parece haber una solución sencilla, pero como público sí podemos hacer que la experiencia sea más soportable sin renunciar a visitarlos.

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Por qué acudimos en masa a algunos museos

Los estudios de público comenzaron a realizarse ya a comienzos del siglo XX cuando, superado el concepto enciclopedista de museo como almacén, se hizo evidente la necesidad de adaptarlos para divulgar y difundir sus colecciones. Las nuevas clases medias también acudían a los museos y ya no solo con mero fin contemplativo, había nuevas exigencias de educación, formación y ocio.

Conocer a los visitantes, cómo son, de dónde vienen, por qué van a unos museos y a otros no, con quién o quiénes, qué esperan de la visita, qué les ha parecido, si repiten... son datos cruciales para que cada centro pueda adaptarse a las necesidades y demandas. Porque, a pesar de la heterogeneidad, la mayoría de visitantes comparten características comunes que, sin embargo, se rompen por completo en las estrellas mediáticas del universo museístico.

Es un hecho: acudimos en masa como hormigas a la miel a las grandes pinacotecas, centros de arte y museos más famosos, mientras que otros centros tienen que luchar para atraer al público. El Museo del Prado, el Louvre, los Uffizzi, los Museos Vaticanos, la National Gallery o el British Museum son monstruos que agotan entradas y forman colas kilométricas todos los meses del año. Y basta con observar esas colas para comprobar que es un público de lo más variado, con una motivación común: van a ese museo porque es lo que hay que hacer en esa ciudad.

Como el último restaurante de moda, hay museos que fagocitan la atención mediática solo porque sí, porque están en la ruta de actividades turísticas imprescindibles, como si fuera obligatorio pasar por ellos al menos una vez en la vida. Y cada museo tiene sus propias estrellas, "obras maestras" que viven entre una marabunta constante de visitantes que se agolpan alrededor haciendo, si les dejan, miles de fotos para dejar constancia de que han estado ahí.

El problema es que, una vez marcado el check, mucha gente se somete a una tortura absurda que la mayoría de veces no merece la pena, el empeñarse en recorrer todas y cada una de las salas.

Cómo visitar los grandes museos sin morir en el intento

Tomemos el Museo Nacional del Prado como ejemplo válido para cualquier gran centro museístico de dimensiones y afluencia similares.

Primer paso: infórmate antes. En la página web viene toda la información necesaria para no llevarte sustos o decepciones, tanto en horarios como accesos, tarifas y acontecimientos especiales. La mayoría de museos ofrecen información básica en varios idiomas y también recomendaciones específicas para que la visita sea lo más placentera posible.

Segundo: comprueba las exposiciones temporales. ¿Te interesan de verdad? Si no es así, te las puedes ahorrar, pues solo alargarán aún más la visita. Puede ocurrir lo contrario, que te atraigan mucho más que la colección permanente del museo; esto facilita mucho las cosas. Si quieres ver ambas, considera adquirir entradas combinadas y prioriza lo que te atraiga más, porque estarás mucho más cansado para ver la segunda.

Tercer y último paso: haz tu propio recorrido. Este es el punto crucial. No tienes que ver TODO. No hace falta, de verdad. No pienses en amortizar el coste de la entrada o en aprovechar "ya que estoy aquí". Salvo que tengas interés genuino, quizá por tu formación o profesión, es poco probable que te interese pasar por todas las salas y ver todas las obras.

Las grandes pinacotecas suelen arrancar sus colecciones con obras de la Alta Edad Media, esto es, multitud de retablos, tapices y piezas de temática religiosa que, salvo piezas muy concretas, causan el efecto de parecer todas iguales en el público general. Y, peor aún, dejan la atención dañada para cuando se pasa a las salas más interesantes.

Utiliza los recursos del centro para hacer tu lista de piezas imprescindibles, seleccionando, por ejemplo, autores, épocas, estilos o asuntos específicos. Si estás perdido, puedes aprovechar los filtros temáticos que tienen prediseñados muchos museos, como el Prado, que permite filtrar sus colecciones por temáticas como dioses mitológicos, oficios y profesiones o incluso desnudos.

Plano del Museo del Louvre.

Las propuestas de visitas en función de la duración aproximada son también muy recomendables, como, por ejemplo, las que ofrece el Louvre, con un recorrido de 90 minutos por sus obras maestras que suelen ser las que más interés despiertan entre el público. Casi todos los museos grandes ya tienen esta visita lista, y si no la encuentras en su web, puedes preguntar sin miedo al personal del museo, casi siempre estarán encantados de ayudar y orientarte.

Una vez hayas marcado en tu lista las piezas clave -que no tienen por qué ser a las que acude todo el mundo-, puedes dedicar el resto de tu tiempo a aquellas salas que más te atraigan sin tener que pasar por las que te dan igual. ¿Te interesan de verdad las artes decorativas y las joyas? ¿O prefieres contemplar obras de la antigüedad mesopotámica? ¿Seguro que la Mona Lisa merece el esfuerzo de pegarse con multitudes y hacer cola para sacarte un triste selfie?

No dejes que la obsesión por verlo todo estropee tu visita dejándote agotado física y mentalmente. Hemos convertido el acto de visitar museos en una maratón que deja al público exhausto aborreciendo el arte, cuando debería ser una experiencia placentera y enriquecedora. Las propias instituciones tienen parte de la culpa, pero también nosotros como público somos responsables.

Imágenes | Unsplash/Mika Baumeister - Louvre - National Gallery

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