Los restos U, gestionados por el organismo público Crous, son un ejemplo de restauración colectiva que combina precio, calidad y tradición culinaria
En Francia, la comida va mucho más allá de la mesa familiar o de los grandes restaurantes. Existe una tradición de restauración colectiva que constituye un motivo de orgullo nacional: cocineros en colegios, hospitales o residencias que transforman ingredientes locales y sostenibles en platos sabrosos, baratos y equilibrados.
Según cuenta Jack Franco en Vittles Magazine, este modelo tiene incluso competiciones anuales donde se premia a los mejores chefs de instituciones públicas. Pero ningún espacio refleja mejor esta idea en la memoria colectiva francesa que los restaurantes universitarios, conocidos popularmente como restos U.
Se trata de unos 500 comedores gestionados por el Crous (Centre Régional d’Œuvres Universitaires et Scolaires), un organismo público que desempeña un papel clave en la vida estudiantil. Solo en París funcionan alrededor de veinte, fundamentales para una población de más de medio millón de estudiantes
Las estrecheces estudiantiles
Su importancia radica en algo sencillo pero crucial: aunque las matrículas universitarias en Francia son muy reducidas, la ayuda financiera no siempre es suficiente y muchos estudiantes viven con estrecheces, como en el Paris de la bohemia del impresionismo.
Los restos U se convierten en un salvavidas diario: por 3,30 euros (precio tras la subvención del Estado) los jóvenes (con carné de estudiante) reciben pan, un entrante o ensalada, un plato principal generoso y un postre. Para quienes cuentan con beca, la comida se reduce a un simbólico euro.
Un sistema de puntos
El menú funciona con un sistema de seis puntos: cuatro corresponden al plato principal y los otros dos a entrantes, guarniciones y postres. Superar esos seis puntos implica un pequeño recargo de 50 céntimos por cada extra. Se trata de un sistema que combina eficiencia y flexibilidad, permitiendo que cada estudiante configure su bandeja según sus necesidades.
A pesar de su imagen funcional, los restos U ofrecen un recorrido por la diversidad de la cocina francesa y francófona. Entre sus buffets, es posible descubrir especialidades regionales como las quenelles de pescado en Lyon, o platos creoles como el rougail de salchicha procedente de la isla de Reunión, rara vez presente en los menús convencionales.
Creatividad dentro de la rutina
Los comedores se esfuerzan en combinar equilibrio nutricional con un punto de creatividad. Aunque para muchos franceses la comida pueda parecer “corriente”, para un estudiante extranjero supone una puerta de entrada a la cultura gastronómica del país. Esa mezcla de lo cotidiano con lo diverso convierte a los restos U en un laboratorio cultural tan útil como democrático. un canal más de difusión.
Espacios de bienestar
Más allá de la comida, los restaurantes universitarios representan un valor simbólico: son un recordatorio de que el bien-être, o bienestar, entendido como derecho y no como privilegio, debe estar garantizado. En un contexto de desigualdad creciente y precariedad estudiantil, estos comedores funcionan como espacios de apoyo y también como lugares públicos accesibles.
La paradoja es evidente: cuanto mayor es la presión económica sobre los jóvenes, más esenciales se vuelven los restos U. Sin embargo, mantener precios bajos y calidad en los menús exige una inversión pública constante y un compromiso con la producción local y sostenible. En Francia, esa apuesta es también un reflejo de su identidad cultural, donde la gastronomía es un patrimonio común.
Comparación con España
La diferencia con España resulta llamativa. Mientras que los restos U franceses ofrecen menús variados, equilibrados y subvencionados hasta la mitad de su precio, los comedores universitarios españoles a priori parecen bastante más cutres y a base de fritanga y plancha.
Ciertamente, la variedad suele ser limitada, la calidad cuestionada y el coste, en muchos casos, más elevado que en Francia, pero también en las cocinas universitarias españolas se ofrecen platos típicos de la gastronomía española: paella (en Barcelona, los jueves), tortilla de patatas, cocidos, lentejas, croquetas y sanjacobos.
Ahora bien, salvo en algunos casos, como el de la Universidad de Granada, en las universidades de las grandes ciudades el precio es sustancialmente diferente y roza más los 10 euros que el simbolismo de Francia. Es una disparidad que refleja no solo diferencias en la financiación, sino también en la importancia que cada país otorga a la restauración colectiva como herramienta de bienestar estudiantil.
Comer en un comedor universitario francés es mucho más que llenar una bandeja. A fin de cuentas se trata de formar parte activa de la prodigada fraternité: participar en una tradición de restauración colectiva que combina justicia social, cultura gastronómica y apoyo a la juventud. Y todo por el precio de un café en una terraza parisina: 3,30 euros que marcan la diferencia entre la precariedad y el bienestar.
Foto| Crous de Paris - Cesarioenfrancia - IA
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