Un invento tan estúpido como comentado que refleja hasta dónde llega la guerra silenciosa por la nevera compartida
Compartir piso es ese deporte de equipo donde nadie ha firmado las reglas, pero todo el mundo se enfada cuando alguien se salta esa ley tácita de no tocar lo ajeno. Hasta que un día desaparece tu yogur griego y empieza la verdadera convivencia: la de WhatsApp pasivo-agresivo.
La cocina, además, es un escenario perfecto para el malentendido. Un tupper sin nombre parece de la casa, un paquete de galletas abierto parece para picar y un queso caro o el jamón ibérico que te ha mandado a País tu madre parece un error de inventario que alguien decide corregir por ti.
No hay cata sin invitación
En ese contexto aparece una solución tan práctica como discutible: una especie de caja fuerte de plástico para guardar comida dentro de la nevera. La idea circula en vídeos de FortiBox, con el concepto claro: meter tus snacks o tuppers en un compartimento con cierre y código para que nadie improvise una cata sin invitación.
El atractivo es obvio: no requiere reformas, ni normas nuevas, ni terapia de grupo en el salón. Es el equivalente doméstico a poner un candado a la taquilla del gimnasio, pero aplicado a la mozzarella, al toblerone o a esas cervezas que uno tiene en frío para recibir a los colegas de la uni.
El subtexto, sin embargo, también es obvio: si necesitas una caja fuerte para el jamón cocido, quizá el problema no era el jamón. Aun así, como gesto de prevención, funciona especialmente cuando hay rotación de compañeros, neveras pequeñas o dinámicas en las que el verbo reponer nunca significa lo mismo para todos.
Lo interesante del invento es lo que revela sobre la vida real: la comida es un territorio emocional. No es solo dinero, es planificación y comporta mensajes como "esto era para mañana", y, en el peor de los casos, es la cena que te salva cuando llegas tarde.
Una mala solución
Más allá de las lecturas, uno se puede preguntar si esta caja fuerte refrigerada sirve realmente para evitar robos. Como barrera meramente física, sí: si el acceso no es inmediato, baja la tentación. Y en convivencia, muchas veces el problema no es la maldad, sino la facilidad: lo que está delante se va primero.
Ahora bien, salta a la vista que no resulta difícil boicotear el sistema bien sacando la caja entera y llevándosela a uno de los cuartos dotados con objetos lacerantes para abrirla, o simplemente espiando por detrás cuál es el código mágico.
Plástico acorazado
"El plástico, ¿es acorazado, o se puede rajar?", bromea uno, mientras que otro asegura que "lo más fácil es no comprar nada". "Claro que coger la caja debajo del brazo con el contenido te lo impide la clave", critica otro, a lo que uno pone la imagen de un mechero para derretir el plástico.
En cualquier caso, la alternativa, si se quiere evitar vivir en modo búnker, sigue siendo la de siempre: acuerdos básicos (estante por persona, cajón asignado, lista de compra común) y etiquetado sin complejos. La caja fuerte es el plan B: eficaz, pero un poco triste y, eso sí, extrañamente moderno y a la orden del día.
Foto | @fortibox/Tik Tok
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