
Esconder los radiadores no es magia, es diseño funcional. Con estos trucos se integran sin que nadie los note (sobre todo ahora que en verano son tan inútiles)
Los radiadores no suelen ser los grandes protagonistas del salón, pero ahí están: pegados a la pared, blancos, robustos y siempre un poco fuera de lugar. Son útiles, sí, pero difíciles de integrar en una decoración mínimamente coherente. Y aunque no puedan desaparecer, sí se pueden disimular.
Basta mirar con otros ojos y dejar de verlos como un problema. Los radiadores pueden convertirse en estanterías, bancos o incluso en elementos decorativos si se visten bien. El truco está en jugar con el volumen y la superficie sin comprometer la circulación del aire.
Antes de taparlos con un mueble viejo o empapelarlos, conviene saber qué sí y qué no se puede hacer. Primeramente, el calor necesita espacio y los radiadores requieren ventilación. Pero eso no impide camuflarlos con estructuras abiertas que sumen sin restar.
Una opción sencilla es cubrirlos con paneles de listones de madera. Estas rejillas decorativas dejan pasar el aire y al mismo tiempo aportan textura. Se pueden pintar del mismo color que la pared o contrastar con tonos oscuros para crear una pieza decorativa elegante.
Otra alternativa es integrarlos dentro de una estantería baja o un banco corrido. Colocar cojines encima ayuda a crear un rincón de lectura y nadie pensará que debajo hay un radiador. Eso sí, el asiento debe ser desmontable fácilmente para permitir el acceso.
Para los dormitorios, una balda flotante justo encima disimula sin bloquear. También ayuda a evitar que el calor suba directo a las cortinas. En espacios pequeños, una consola estrecha con fondo recortado permite mantener el radiador escondido y añadir superficie útil extra.
En cocinas o baños, un recubrimiento de metal perforado resiste la humedad y oculta sin aislar. Combinado con cestas o estanterías, se convierte en un recurso funcional y discreto. La clave es no bloquear el flujo de calor: nada de taparlo con toallas o textiles pesados opacos.
Incluso el color importa. Pintarlos del mismo tono que la pared hace que desaparezcan visualmente. No será el truco más sofisticado, pero es rápido, económico y altamente efectivo. Si te atreves, puedes convertirlo en un punto focal con un color contrastado y una lámina encima.
Al final, la solución no es esconderlos del todo, sino integrarlos. Porque sí, son feos, pero también necesarios. Y como todo en decoración, el secreto está en convertir el problema en parte del conjunto armónico.
Foto | Joana Costa
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