La mejor manera de servir champán (o cualquier espumoso) es en una copa húmeda y la física tiene la culpa: se llama nucleación

Un poco de agua puede hacer que tus burbujas vibren y duren más tiempo sin esfuerzo 

Jaime de las Heras

Editor Senior

En las grandes citas lo tenemos todo a punto para brindar: la botella enfriándose, el hielo en la cubitera, las copas alineadas como un ejército de cristal. Llega el momento, descorchamos… y entonces ocurre algo desconcertante: las burbujas empiezan a desaparecer de la copa como por arte de magia

Lo peor es que no estábamos improvisando. Llevábamos horas esperando, y además habíamos limpiado las copas a conciencia, tanto que las hemos casi sacado brillo por dentro de tanto secarlas

Pues bien: esa dedicación puede ser, precisamente, la culpable de que el espumoso pierda la efervescencia antes. La solución suena contraintuitiva y casi herética para quien asocia limpieza con “cristal perfecto”: servir en una copa ligeramente húmeda (enjuagada y escurrida). 

No empapada, no con gotas visibles que diluyan el primer sorbo, pero sí con esa humedad mínima que deja una película finísima de agua. Y la explicación es pura física.

Un vistazo a…
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Qué le pasa al carbónico dentro de la copa

En un espumoso, el gas carbónico está disuelto en el líquido a una concentración alta. Al descorchar y servir, el vino queda sobresaturado de CO₂ respecto a la presión ambiente. Es decir: al CO₂ le apetece salir. Pero no lo hace de cualquier manera. Para formar una burbuja estable hace falta un punto de partida, un lugar donde el gas pueda agarrarse y crecer. Ese proceso se llama nucleación.

Copa de champagne Louis Roederer. ©Louis Roederer.

En un mundo ideal, si el cristal fuese absolutamente liso y limpio, al CO₂ le costaría mucho iniciar burbujas grandes y el gas escaparía más lentamente. En el mundo real, las copas tienen microarañazos, porosidades microscópicas y pequeñas imperfecciones

Estuche Champagne Collection Louis Roederer.

Y, sobre todo, tienen invitados indeseados: polvo, pelusas del paño, restos de abrillantador o huellas mínimas de detergente. Todo eso, aunque no lo veas, convierte el interior de la copa en un campo de puntos de arranque.

Copa seca: más “pistas de despegue” para las burbujas

Copa de champagne rosé Bollinger. ©Bollinger.

Cuando la copa está completamente seca, ocurre algo importante: esas microimperfecciones del vidrio tienden a retener microscópicos bolsillos de aire. Piensa en una grieta minúscula: si está seca, puede guardar aire en su interior. 

Y ese aire es el mejor semillero posible para el dióxido de carbono de nuestro champagne, cava, corpinnat o espumoso de turno. El gas disuelto migra hacia ese bolsillo, la burbuja crece, se desprende, sube… y deja el punto listo para repetir. 

Resultado: se forman más burbujas y con más rapidez, pero no es una buena noticia: significa que el espumoso pierde CO₂ antes, y la sensación de viveza se apaga.

El detalle de la copa húmeda

Copa de champagne. ©Bollinger.

Cuando enjuagas la copa y la dejas escurrida, esa finísima capa de agua nos ayuda de dos maneras distintas. Por un lado, digamos que sella las microgrietas y eso, evidentemente, desplaza al aire atrapado. 

Donde antes había un bolsillo de aire listo para iniciar burbujas, ahora hay agua. Y formar una burbuja nueva en un hueco lleno de agua (sin ese aire inicial) requiere más energía. Es como si le quitaras al carbónico ese andamio para empezar.

Estuche Champagne Special Cuvée brut Bollinger.

Al mismo tiempo, el enjuague se lleva polvo y restos que, en seco, quedan adheridos por electricidad estática o simple adhesión. Cuantas menos partículas queden en la copa, menos sitios tendrá el gas para arrancar en ese modo rápido. 

El efecto práctico es muy claro: la liberación de carbónico se hace más controlada, la burbuja no desaparece por agotamiento prematuro, y la copa mantiene durante más tiempo esa sensación de cosquilleo fino que buscamos en un buen champán (o cava, o cualquier espumoso de método tradicional).

Cómo hacerlo sin estropear el vino

Básicamente, lo más conveniente es que no nos compliquemos la cabeza, pero sí que tengamos copas enjuagadas. Basta agua del grifo, limpia, sin complicaciones. Si vives en una zona con aguas muy fuertes –o muy blandas–, puedes enjuagar con un poco de agua mineral de mineralización débil.

Copa de champagne Ruinart. ©Ruinart.

Luego escurre la copa. No mucho, lo suficiente para que se vayan los goterones y, si es posible, nada de meter paños ni nada en la copa para secarla. Como es lógico, este truquito de enjuagar la copa solo está pensado para controlar la nucleación, no para enfriar la copa, así que no hace falta que esté fría ni que la dejes un rato.

Estuche Champagne Ruinart Blanc de Blancs Second Skin.

No obstante, no deja de ser curiosa la paradoja: el brindis perfecto no depende de frotar más, sino de dejar que el cristal tenga la humedad justa para que la física trabaje a favor del vino. Porque, en un espumoso, el espectáculo de la burbuja no es magia: es gas, vidrio… y un puñado de microrincones donde todo empieza.

Imágenes | BollingerLouis RoedererRuinart

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