Dos catedrales de la brasa, esencia marinera, vino blanco, viñedos volcados sobre el Cantábrico, senderismo, caminos a pie de playa… Aquí hay de todo
Hay lugares que parecen condensar, en apenas unas calles, toda la esencia de un territorio. Getaria es uno de ellos. Encajada entre el verde de las laderas cubiertas de viñedos y el azul profundo del Cantábrico, esta villa marinera de apenas 2.500 habitantes ha sabido mantener el equilibrio perfecto entre tradición y modernidad. A la sombra del Ratón de Getaria —ese monte de silueta inconfundible que se adentra en el mar—, el visitante descubre un pueblo pequeño en tamaño, pero inmenso en matices.
A primera vista, Getaria conquista por su belleza natural. Su puerto bullicioso, sus calles empedradas que huelen a sal y parrilla, o sus miradores sobre la costa hacen que el tiempo parezca diluirse entre el rumor de las olas y el chisporroteo del carbón. Pero tras ese paisaje de postal, la villa encierra un carácter diverso que ha convertido al municipio en un pequeño microcosmos turístico donde caben todas las formas de viajar.
Quien busca un turismo activo encuentra aquí su refugio. El mar ofrece escenarios ideales para remar en kayak, lanzarse en paddle surf o simplemente refugiarse en sus arenas. En tierra, los senderos que comunican Getaria con Zarautz o Zumaia serpentean entre viñedos y praderas con el Cantábrico como horizonte.
Los que prefieren un viaje más reposado, de mirada cultural, hallan en su historia marinera y en sus calles cargadas de memoria una lección viva de cómo el mar ha forjado la identidad vasca con protagonistas como Juan Sebastián Elcano, el mítico marino vasco que remató la primera circunnavegación al globo terráqueo en 1522.
Y luego está la figura de Cristóbal Balenciaga. Nacido en Getaria en 1895, el modisto más influyente del siglo XX es hoy una presencia constante en el paisaje del pueblo. Su museo, un edificio vanguardista que se asoma al mar, rinde homenaje al genio que llevó el nombre de esta villa a las pasarelas de París. Pasear por Getaria es, de algún modo, seguir los pasos de un creador que nunca olvidó sus raíces, tejidas entre redes de pescadores y telas de alta costura.
Sin embargo, sería imposible entender Getaria sin su gastronomía. Aquí, el fuego y el vino son religión. Las parrillas al aire libre perfuman las calles con el aroma del pescado recién traído del puerto en catedrales de la brasa como Elkano o Kaia-Kaipe, mientras en las colinas cercanas se cultivan las uvas del Getariako Txakolina, el vino blanco más emblemático de Euskadi.
Además de su patrimonio natural y cultural, Getaria conserva la vitalidad de un pueblo que celebra sus tradiciones con orgullo. En agosto, las fiestas de San Salvador llenan de música y color las calles; en enero, las de San Antón evocan su pasado marinero con procesiones, bailes y parrilladas al aire libre. Son días en los que el pueblo entero se vuelca en la calle y el visitante se siente parte de una comunidad que sabe disfrutar del tiempo sin prisas, entre amigos, vino y mar.
Día 1: entre viñedos y calles con historia
Mañana: enoturismo entre laderas y vistas al Cantábrico
La primera jornada invita a empezar despacio, con la bruma matinal aún suspendida sobre las colinas. A pocos minutos del centro, los viñedos que producen vinos con la denominación de origen Getariako Txakolina tapizan las laderas orientadas al mar. Varias bodegas, como Txomin Etxaniz, Gaintza, Ameztoi o Elkano Txakolina, ofrecen visitas guiadas que permiten adentrarse en el alma del vino local.
Las rutas duran entre una y dos horas y suelen incluir un paseo por las cepas, una explicación sobre el proceso de elaboración y una cata final con vistas al Cantábrico. Conviene reservar con antelación, especialmente en temporada alta, ya que los grupos son reducidos (los precios rondan los 15-20 € por persona). En muchas de ellas es posible acompañar la cata con productos locales: queso Idiazabal, gildas o conservas de anchoa, en un maridaje que define a la perfección el espíritu guipuzcoano.
La experiencia, sin embargo, va más allá del vino. Desde las terrazas de las bodegas, el paisaje se abre como un anfiteatro natural: el verde intenso de las hojas, el brillo metálico del mar, el murmullo de las gaviotas. Pocas formas hay tan placenteras de entender Getaria como alzando una copa de txakoli mientras se escucha el viento entre las vides.
Quienes prefieran un plan más activo pueden recorrer a pie el tramo del Camino de Santiago del Norte que atraviesa la zona. Es un sendero bien señalizado que une Getaria con Zarautz, con tramos fáciles y miradores espectaculares sobre la costa. Se tarda unas dos horas en completar el recorrido, que puede hacerse de ida y vuelta o regresando en autobús. Se recomienda calzado cómodo y algo de abrigo: el viento del Cantábrico, aunque fresco, es parte del encanto, ideal para abrir boca.
Comida: Elkano, el homenaje marinero
En la entrada del puerto de Getaria, Elkano se alza como un lugar de peregrinación para los amantes del fuego y el mar. Fundado en los años sesenta por Pedro Arregi, este restaurante familiar transformó la humilde parrilla marinera en una técnica de alta cocina, merecedora ya de una estrella Michelin.
Hoy, bajo la dirección de su hijo Aitor Arregi, mantiene intacta esa filosofía que lo ha convertido en referencia mundial: cocinar el pescado entero, con piel, sobre brasas de carbón, respetando su origen y su estacionalidad. Nada aquí se improvisa; cada pieza se elige por su procedencia, su alimentación y el momento exacto en que el mar la ofrece en su punto óptimo.
El comedor, sobrio y luminoso, mira al puerto desde donde llegan los protagonistas de su carta: rodaballos, merluzas, besugos o lubinas, asados enteros con una precisión casi científica. El rodaballo a la parrilla, emblema del restaurante, resume en cada bocado la esencia de Elkano: el punto justo entre la sencillez y la excelencia.
No hay salsas ni artificios, solo el sabor profundo del mar y la huella del fuego. Su técnica, perfeccionada durante décadas, ha convertido a Elkano en un modelo para chefs de todo el mundo, reconocido con una estrella Michelin y presencia habitual en la lista de The World’s 50 Best Restaurants.
Pero más allá de los premios, lo que distingue a Elkano es su autenticidad. Aitor Arregi y su equipo trabajan con el mismo respeto artesanal con el que su padre encendía las brasas hace más de medio siglo. En sus manos, la parrilla no es solo un método de cocción, sino una forma de entender la cocina vasca: el fuego como lenguaje, el mar como memoria y el producto como verdad. Comer en Elkano no es solo degustar un pescado perfecto; es asistir a una lección silenciosa sobre cómo el territorio, la tradición y la técnica pueden encontrarse en un mismo plato.
Tarde: paseo histórico por el alma marinera
La tarde se presta a un paseo tranquilo por el casco antiguo, declarado conjunto monumental. Las calles empedradas, de trazado medieval, descienden hacia el puerto con fachadas de piedra, balcones de madera y un aire de autenticidad que pocos pueblos costeros conservan.
El recorrido puede comenzar en la iglesia de San Salvador, una joya gótica del siglo XV que fue sede de las primeras Juntas Generales de Gipuzkoa. Su interior, de nave única y bóvedas de crucería, guarda una atmósfera de serenidad que contrasta con el bullicio del exterior. Muy cerca se encuentra el monumento a Juan Sebastián Elcano, hijo ilustre de la villa y primer navegante en completar la vuelta al mundo en 1522.
Desde allí, una caminata de media hora conduce hasta el faro de Getaria, en el extremo del monte San Antón. El sendero atraviesa pinos y acantilados, ofreciendo miradores espectaculares sobre la costa. Al caer la tarde, la luz se vuelve dorada y el mar, casi de plata: un momento perfecto para detenerse y contemplar el horizonte.
La noche llega con olor a parrilla y murmullos de conversación. Los bares del centro ofrecen pintxos y vinos locales, perfectos para una cena más informal. Un paseo por el puerto iluminado, con el rumor del mar como banda sonora, pone fin a la primera jornada, entre historia, vino y salitre.
Cena: barras y vistas al mar
Las opciones para comer o cenar en el puerto de Getaria son muchas y, también, algo más accesibles que la aventura de Elkano, aunque tengamos claro que, si queremos comer buen producto, hay que pasar por caja.
Con gusto se paga en locales como Politena, donde no solo tienes la oportunidad de comer en la sala, sino también con una completísima barra de pintxos en la que no deberías dejar pasar la opción de probar sus rabas de calamar, unas de las mejores de España.
Tampoco dejamos de recomendar una reserva en Balearri Jatetxea, otro emblema familiar donde se bordan las cocochas y el cabracho, especialmente a la brasa, que se ha convertido en un plato icónico de esta casa.
Más terrenal también que su hermano mayor es Elkano Txiki, donde probar raciones y barra con el estilo de Elkano, pero a tickets más comedidos, que es otra buena recomendación para una cena improvisada donde, además, se hace la mejor ensaladilla rusa de España de 2025.
Día 2: entre acantilados y alta costura
Mañana: turismo activo frente al mar
El segundo día comienza mirando al Cantábrico. La costa que rodea Getaria es un paraíso para los amantes de la naturaleza y el deporte. Desde el puerto, varias empresas locales organizan salidas en kayak, paddle surf o pequeñas travesías en barco por los acantilados de Itzurun, ya en el vecino municipio de Zumaia. Las rutas suelen durar entre una y dos horas y cuestan entre 25 y 40 €, dependiendo de la actividad. Conviene llevar ropa de baño, protector solar y, en verano, reservar con antelación.
Para quienes prefieren mantenerse en tierra, la ruta del monte San Antón es una opción inmejorable. Se trata de un recorrido circular de apenas tres kilómetros que bordea el Ratón de Getaria y ofrece vistas panorámicas sobre la costa vasca. El sendero está bien acondicionado y se completa en poco más de una hora. Es recomendable llevar calzado deportivo y una chaqueta ligera: incluso en verano, el viento puede ser fresco en los miradores.
Otra alternativa muy popular es caminar por el paseo costero que une Getaria y Zarautz. Son poco más de cuatro kilómetros de recorrido suave, ideal para hacerlo a pie o en bicicleta, con bancos y zonas de descanso frente al mar. Durante el trayecto se puede ver el perfil del Ratón de Getaria desde distintos ángulos y disfrutar de una perspectiva distinta de la villa.
Si el cuerpo pide un baño, la playa de Malkorbe —resguardada y familiar— es perfecta para descansar un rato. Sus aguas tranquilas y su arena dorada contrastan con la fuerza del oleaje en la cercana playa de Gaztetape, más abierta y frecuentada por surfistas. Ambas cuentan con duchas, socorristas y chiringuitos durante el verano.
Comida: Kaia-Kaipe
Situado frente al puerto, Kaia-Kaipe es una de las casas más emblemáticas de Getaria y referencia indiscutible de la cocina vasca desde hace más de seis décadas. Fundado en 1962 por la familia Arregi Larrañaga, su propuesta se asienta sobre tres pilares innegociables: el producto fresco del día, la precisión en la parrilla y una atención que combina oficio y discreción. El local, luminoso y sobrio, mira al mar con grandes ventanales y desprende ese aire de autenticidad que solo tienen los restaurantes que viven al ritmo del puerto.
Su cocina es un homenaje constante al pescado. Los rodaballos, merluzas o besugos llegan directamente de la lonja y se asan enteros sobre brasas de carbón de encina, sin más aderezo que la sal marina y el punto justo de calor. El control del fuego es aquí una ciencia exacta: las parrillas basculantes permiten graduar la distancia al carbón para que la piel quede crujiente y la carne, jugosa y firme.
También destacan las kokotxas, servidas en salsa verde o a la parrilla, los chipirones en su tinta y los mariscos del día, seleccionados pieza a pieza según la temporada. Todo reforzado por una de las mejores bodegas de restaurante, no ya de Euskadi, sino de toda España.
Tarde: tras la huella de Cristóbal Balenciaga
La tarde está reservada para el genio local que llevó el nombre de Getaria al mundo. El Museo Cristóbal Balenciaga, inaugurado en 2011, se levanta en la parte alta del pueblo, junto al Palacio Aldamar, donde la madre del modisto trabajó como costurera. Su arquitectura moderna, de líneas limpias y luz natural, dialoga con el paisaje y se ha convertido en uno de los museos de moda más importantes de Europa.
La visita se organiza en distintos espacios que recorren la trayectoria del diseñador: desde sus primeros años en Getaria hasta su consagración en París. Más de 1.000 piezas —vestidos, patrones, bocetos y complementos— permiten comprender por qué Balenciaga fue considerado el “maestro de todos los modistos”. La entrada cuesta doce euros y se recomienda reservar con antelación en la web oficial, especialmente los fines de semana.
El museo también ofrece visitas guiadas y talleres para adultos y niños. Una buena opción es participar en una de las visitas temáticas, que profundizan en aspectos como la técnica de corte o la relación entre la moda y la arquitectura. La duración aproximada es de 90 minutos y se realizan tanto en castellano como en euskera e inglés.
Al salir, merece la pena recorrer los alrededores del museo. Desde sus terrazas, el paisaje se abre de nuevo hacia el Cantábrico, recordando el origen marinero del artista. No es difícil imaginar al joven Balenciaga mirando ese mismo horizonte, soñando con telas que fluyeran como las olas.
Cena: vasco-mexicano y actualizado
Entre las fachadas marineras que se asoman al puerto, El Txoko Getaria representa la versión más actual de la cocina tradicional vasca. Fundado en 1953 por la familia Gereka, este histórico asador vive hoy una segunda juventud bajo la dirección de Maialen Gereka y del chef Enrique Fleischmann, quienes han sabido mantener el espíritu del lugar —el fuego, el producto y la cercanía— aportando técnica y sensibilidad contemporánea. El comedor, luminoso y cálido, conserva el alma del restaurante de toda la vida, pero con una atención al detalle que revela una nueva generación al mando.
La parrilla sigue siendo el corazón del Txoko. En ella se asan los grandes clásicos del puerto: rodaballo, rape, merluza o lenguado, piezas seleccionadas a diario en la lonja, tratadas con la mínima intervención posible. El carbón de encina imprime a cada pescado un punto ahumado justo, sin robarle su sabor original.
Los guisos de fondo marinero —como el arroz negro con chipirones, el marmitako o el pulpo a la brasa— completan una carta donde la cocina popular se renueva sin estridencias. Fleischmann aporta su experiencia técnica, fruto de años de trabajo en cocinas de vanguardia, pero siempre al servicio del sabor y la memoria.
Imágenes | Museo Cristóbal Balenciaga / Elkano / Kaia-Kaipe / El Txoko Getaria / Politena / Balearri / Turismo de Euskadi / Beñat Gereka - Turismo de Getaria / Tomás Guardia Bencomo
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