Se mudaron con sus dos hijos a Alicante para reconfigurar su vida, pero no se adaptaron a los sueldos, al parque inmobiliario ni a los ritmos mediterráneos
El cine español de los años sesenta y setenta está cuajado de películas en las que los contrastes geográficos entre lo patrio y lo europeo sazonan, con chispa, la sociología que diferenciaba por entonces a nuestro país del resto del continente.
Aquel 'Spain is different' albergó películas como El turismo es un gran invento y el advenimiento de las suecas con José Luis López Vázquez o la igualmente clásica Vente a Alemania, Pepe, protagonizada por José Sacristán y Alfredo Landa.
Una realidad que parece cambiante y que ahora hemos comprobado de primeras con un matrimonio alemán que decidió experimentar la posibilidad de marcharse de Alemania con sus dos hijos y probar suerte en España.
Apenas un año después, el matrimonio formado por Jennifer Itinga Fontan y Lukas Reinike ha decidido volver a Alemania. La experiencia en Denia, como recoge el periódico germano Remscheider General-Anzeiger, fue frustrante tras ese primer año de adaptación.
El primer problema, cuentan, "fue no encontrar una casa asequible". Algo que no nos extraña como españoles, aunque no ha sido lo único que les ha echado atrás. En este primer año, el matrimonio y sus dos hijos se alojaron en la casa de los padres de ella, en la localidad alicantina de Denia, pero les resultó imposible comprar una casa.
De hecho, se quejaban de que la mayor parte del parque inmobiliario de la zona estaba enfocado al apartamento turístico y a los alojamientos de corta duración, no a la posibilidad de comprar o de alquiler por largas temporadas.
No obstante, no ha sido el único pero que han encontrado: también han comprobado que el sueño español se mide en menos euros que el salario alemán.
Él mantuvo su trabajo digital alemán, pero Jennifer aceptó un trabajo a jornada completa como administrativa en una residencia de ancianos. El problema fue que su sueldo por las ocho horas era menos de lo que ganaba en Alemania por un trabajo parecido a jornada parcial.
Tras ese par de frustraciones mayores, había otros pequeños detalles a los que no se terminaron de acostumbrar, como el calor constante –y de cómo modificaba la rutina diaria– o del estilo de vida típicamente festivo, con el que no terminaron de encajar a pesar de que sus hijos no solo consiguieron aprender hablar español y hacer amigos, sino que lo pasaron en grande. Ahora, de momento, el sueño español de los Reinike ha terminado.
Imágenes | Imagen de estai en Pixabay
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