Diversos organismos señalan que unos pocos grados de diferencia pueden marcar el equilibrio entre bienestar, salud y ahorro energético
Con la llegada del frío y el encendido de los radiadores, vuelve la pregunta de cada invierno sobre a qué temperatura deberíamos mantener la casa para sentirnos bien sin disparar la factura energética.
Organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE) han establecido cifras de referencia que ayudan a encontrar el equilibrio entre bienestar y eficiencia.
Mantener el hogar demasiado frío no solo es incómodo, sino potencialmente perjudicial. Según la OMS, las bajas temperaturas interiores inflaman los pulmones, dificultan la circulación y aumentan el riesgo de infecciones respiratorias o crisis asmáticas.
Las personas sanas pueden vivir con seguridad en entornos con temperaturas de 18 ° grados centígrados, pero advierte de que los colectivos vulnerables —niños, ancianos o enfermos crónicos— necesitan un ambiente más cálido, entre 22 °C y 24 °C durante el día y no menos de 18 °C por la noche.
Vasocontricción
El frío sostenido dentro del hogar puede provocar vasoconstricción y estrés cardiovascular, especialmente en mayores de 65 años. Por eso, los expertos recomiendan no dejar que la temperatura baje de los 18 °C en ninguna estancia.
A partir de ese punto, el cuerpo humano comienza a gastar más energía en conservar el calor interno y aumenta el riesgo de afecciones respiratorias.
Por otro lado, el IDAE, dependiente del Ministerio para la Transición Ecológica, propone unas cifras algo distintas cuando el objetivo es ahorrar sin perder confort. Según su guía de eficiencia energética, la temperatura ideal para una vivienda en invierno se sitúa entre 21 °C y 23 °C durante el día, y entre 15 °C y 17 °C por la noche. Esta diferencia horaria permite un ahorro energético significativo sin comprometer la sensación térmica.
Superar los 23 °C no solo incrementa el gasto, sino que también seca el ambiente, reduce la calidad del aire y puede causar molestias respiratorias o cutáneas. De hecho, el IDAE calcula que cada grado adicional en el termostato supone entre un 5 % y un 10 % más de consumo energético. Mantener un rango moderado es, por tanto, una medida doblemente beneficiosa: protege la salud y el bolsillo.
También conviene adaptar la temperatura a cada estancia. En el baño, por ejemplo, es razonable alcanzar unos grados extra de forma puntual con un calefactor de acción rápida, mientras que en el dormitorio se recomienda mantener una temperatura más baja para favorecer el descanso. En la cocina, en cambio, los propios fogones ya elevan la sensación térmica, por lo que no suele ser necesario encender la calefacción.
Calefacción por zonas
La recomendación general pasa por instalar termostatos programables o sistemas de calefacción independiente por zonas, que permiten ajustar el calor según la actividad de cada habitación. Si se usa un único termostato, lo ideal es colocarlo en una zona central y de uso frecuente, como el salón.
Mantener la temperatura adecuada en casa no consiste solo en comodidad, sino en salud y sostenibilidad. La OMS advierte que por debajo de los 18 °C aumentan los riesgos respiratorios, mientras que el IDAE recuerda que cada grado de más dispara el consumo. Encontrar el punto medio entre ambas recomendaciones es la fórmula más inteligente para pasar el invierno con bienestar y sin despilfarrar energía.
Foto | Pexels
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