El libro Un viaje por el mundo en 24 mercados, de María Bakhareva y Anna Desnitskaya, nos recuerda dónde vivir la auténtica experiencia local al salir de casa
Nada define mejor el alma de un lugar como los mercados y plazas de abastos. Y están en peligro de extinción, sobre todo en las grandes capitales donde la gentrificación y la turistificación están aniquilando la identidad y la vida tradicional de sus vecinos. Pero también como turistas podemos rebelarnos y reivindicar los mercados del mundo como destinos únicos donde vivir la auténtica experiencia local de sus gentes, de sus modos de vida, su cocina y su historia.
Los mercados son, a diferencia de un museo, monumentos vivos donde la cultura se recibe a través de los cinco sentidos en un festival de estímulos. Si quieres conocer de verdad cómo es un país, una ciudad o un pueblo, olvida las guías de los sitios de moda y busca dónde acuden sus habitantes a hacer la compra desde hace generaciones. Tómate tu tiempo para observar con calma, recorrer los puestos y descubrir ese mágico ritual que representan comerciantes y vecinos en su manera peculiar de seleccionar el género y negociar precios. Porque al mercado no se va solo a comprar. O sí, pero detrás hay mucho más.
Es lo que propone la obra Un viaje por el mundo en 24 mercados, de María Bakhareva y la ilustradora Anna Desnitskaya (Duomo Ediciones, 2025), con traducción de Eva Martínez Cejudo. Un delicioso libro ilustrado de tapa dura que anima a los lectores más jóvenes, y sin duda también a los mayores, a ver el mundo con otros ojos, el de las plazas de abastos. Pero nada de hacerlo como si fueran meras atracciones turísticas o espacios pintorescos. Hay que zambullirse entre sus puestos, escuchar a sus habitantes y aprender de ellos.
Un viaje por el mundo en 24 mercados (COLECCIÓN INFANTIL)
¿En qué se diferencia un mercado de China con uno de Estados Unidos? ¿Cómo es la gente que acude a comprar a Les Halles de París? ¿Qué llena la cesta de un vecino de Bahir Dar en Etiopía? ¿Qué quiere cocinar el cliente del Mercado central de Santiago de Chile? ¿Qué se puede comer entre los puestos del mercado de pescado de Essaouira?
Son preguntas a las que el lector de cualquier edad irá encontrando respuesta sin darse cuenta a medida que se pasan las páginas de esta encantadora obra, concebida para un público juvenil, pero que conquistará también, o incluso más, a cualquier adulto que ya tenga un bagaje personal con los mercados. Y despierta esa curiosidad que, como visitantes de otro lugar, a menudo estamos olvidando por culpa de las dinámicas del turismo actual.
Cada mercado único, y a la vez todos se parecen
Lo fascinante de visitar mercados alrededor del mundo es comprobar cómo, detrás de sus exóticas y sorprendentes diferencias, todos comparten rasgos comunes. Más allá de los productos, el idioma, la moneda y el propio diseño de los mercados puede ser muy distinto, pero todos comparten esas dinámicas tan humanas que solo se viven en las plazas de abastos.
En base a esta premisa, el libro, plantea el mismo esquema a la hora de presentar cada uno de los 24 destinos, divididos entre 12 países del mundo y ordenado por los meses del año. Una breve introducción da paso a la imagen que sirve de modelo representativo los distintos mercados, y que encierran muchos detalles que hablan por sí solos, siempre que sepamos ver. Por ejemplo, cómo se exhibe el género, qué tipo de público lo frecuenta, qué utilizan para comprar, cómo se saludan o se negocia, si la gente acostumbra a comer, con qué se paga, etc.
El tipo de bolsa parece una cuestión baladí, pero también dice mucho de un mercado y sus gentes. Y no deja de ser curioso que el típico carrito de la compra se haya extendido casi universalmente por todo el mundo, eso sí, con una variedad de diseños, colores y tamaños que resulta fascinante. Casi tanto como comprobar que en países como Chile no es raro ver a gente acudir con un carro de supermercado, o que en Vietnam todavía se cargue con el antiguo cesto de bambú a la espalda.
Importante también a la hora de comprar en una plaza local, casi las únicas dos cosas imprescindibles, son la moneda y las expresiones básicas. Las autoras incluyen ambas, con un pequeño listado de frases y palabras esenciales para hacerse entender (cuánto cuesta, quién da la vez, disculpe, gracias, querría...) y qué puedes comprar con el billete o moneda más pequeño del país. Porque sí, en todos los mercados puedes comer y beber, comida auténtica local y casi siempre muy barato.
Atrévete a probar lo desconocido
Sin restar interés al visitar supermercados cuando se viaja al extranjero -es otro universo absorbente-, no hay nada como hacer la compra en un mercado local de barrio para vivir la experiencia completa. Y también para ahorrar, que no siempre se puede estar comiendo y cenando fuera.
Ya antes de que se transformaran en gastromercados modernos donde los puestos de alimentación son cada vez más la excepción, se podía, y se puede, comer en ellos. En Asia es particularmente común que los vendedores se mezclen con tenderetes portátiles de cocina, pero también abundan en América, África o muchos países de Europa. No será la comida más refinada del mundo, pero esos cuencos de sopas, esos pescados a la brasa, esas carnes y salchichas, esas empanadillas y esos bocadillos levantan el alma a cualquiera.
También hay que atreverse a probar lo desconocido. Los grillos fritos. Las masas rellenas de no sabes muy bien qué. Las ancas de rana. Los cuencos humeantes de caldo con ingredientes extraños. Las curiosas frutas con formas prehistóricas. Siempre sin perder de vista la salubridad y la higiene básica, eso por descontado. Que nadie quiere vivir la mitad de sus vacaciones encadenado al cuarto de baño.
Otro punto a favor de Un viaje por el mundo en 24 mercados es que nos anima también a adquirir ingredientes y productos que puedan resultarnos ajenos, pero dándonos recetas para utilizarlos, para redondear el círculo de la experiencia completa de empaparse de la cultura local. Son preparaciones muy sencillas, seleccionando platos tradicionales típicos muy populares que también pueden ayudar a preparar los más pequeños de la casa, fomentado así aún más su curiosidad por la riqueza del mundo.
¿Ejemplos? Gai lan con champiñones de China, patatas a la paprika de Hungría, tomaticán de Chile, pad thai tailandés, o un tajín de carne con patatas de Marruecos, por citar algunos.
Visitar mercados como acto de rebeldía turística
Se da la paradoja de incluir en el libro el Mercado de la Boquería de Barcelona como uno de los dos ejemplos de España. Un mercado antiguo tradicional reconvertido en ejemplo de lo peor de la masificación turística, de la que la propia ciudad catalana es un ejemplo en sí misma.
Pero reivindicar el visitar la Boquería como visitantes ajenos, como turistas, es también hacerlo desde una posición distinta, casi con rebeldía. Porque frente a la turistificación es posible volver al turismo consciente y responsable, empático, un turismo curioso por conocer lo ajeno y descubrir lugares, gentes, sabores nuevos. Sobre todo, acudir a un mercado es hacerlo desde el respeto por quienes lo habitan, porque es el esqueleto que vertebra una comunidad local.
No son atracciones, son lugares vivos que sustentan la economía y la vida social de sus vecinos y residentes. Por eso, si nos adentramos en la Boquería, lo mejor que podemos hacer es huir de las tiendas claramente nacidas del boom turístico para comprar en los puestos de toda la vida que sí siguen alimentando a la clientela local. Y lo mismo se puede aplicar para cualquier mercado del mundo.
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