La Venta de Getino cierra en esta localidad leonesa ante la falta de relevo generacional
Mantener un negocio en el medio rural español se ha convertido, en muchos casos, en una misión casi imposible. Las razones son variadas y complejas, pero convergen en una misma dirección: la pérdida de población, la falta de relevo generacional y unas condiciones duras que azotan especialmente al sector de la hostelería.
A este contexto no escapa ningún rincón de la España vaciada, y ha sido precisamente esta combinación de factores la que ha llevado al cierre definitivo de uno de los bares más emblemáticos de la Montaña Central Leonesa. El próximo domingo 21 de diciembre, la Venta de Getino servirá su última comida, poniendo fin a una trayectoria que abarca más de 150 años de historia.
Este cierre no representa solo el final de un negocio familiar, sino el adiós a un espacio cargado de recuerdos, costumbres y sabores que han marcado a generaciones enteras. En sus mesas comieron miles de personas, en sus cocinas se preservaron recetas tradicionales y entre sus muros se contaron innumerables anécdotas. Con el adiós de la Venta se marcha también una parte del alma de Getino, como informa La Nueva Crónica.
La decisión, como en tantos otros casos, no ha sido sencilla. Mirta y Carlos, actuales responsables del establecimiento, no han encontrado quién continúe con la tradición. Carlos se jubila, y no tienen descendencia que quiera ni pueda hacerse cargo del negocio. La ausencia de relevo familiar ha sido, finalmente, la gota que colmó el vaso. Mirta, quien lleva desde 1980 entre los fogones del local, asegura que el dolor es inmenso, pero inevitable. En todo este tiempo ha sido testigo y heredera de una forma de vida transmitida con esmero, en particular por su maestra en la cocina, Dona, que falleció en 2011 y fue el alma de este lugar durante décadas.
La historia de la Venta de Getino se remonta a finales del siglo XVIII, aunque los documentos más fiables datan del siglo XIX. En aquellos tiempos, Getino era conocido como “el pueblo de las ventas”, por la cantidad de establecimientos similares que acogía.
Hoy ya no queda ni rastro de aquella pequeña red de paradas para caminantes y carreteros. La que cierra ahora fue conocida también como Casa Amador, en honor al padre de Carlos, y antes como la Venta del Amparo. Durante buena parte del siglo XX convivió con otras como la Venta del Tío Sidrón y la Venta de la Herrera, hoy desaparecidas o abandonadas.
El lugar sobrevivió a múltiples etapas y transformaciones, pero siempre mantuvo su esencia: comida tradicional, trato cercano y un ambiente rural genuino. Las recetas que se servían eran pocas, pero todas cuidadosamente elaboradas. Entre sus platos más célebres se encontraba la cecina de chivo, la carne con patatas —o patatas con carne, como figuraba en el menú—, los arroces, las sopas de cocido y, por supuesto, las truchas.
Estas últimas fueron durante años la estrella indiscutible. Aunque en los últimos tiempos procedían de piscifactorías, en el pasado se conseguían gracias a la colaboración con pescadores locales, que enviaban las piezas frescas por medio del coche de línea. Hubo incluso quien recibió sumas considerables por sus capturas, como recuerda Carlos al mencionar las 75.000 pesetas que su padre pagó a uno de ellos en una sola temporada, como explican en La Nueva Crónica.
La identidad de este establecimiento ha estado siempre ligada al esfuerzo silencioso de las mujeres que lo sacaron adelante desde la cocina. La madre de Dona, luego ella misma, y después Mirta, han sido las encargadas de preservar la esencia de la Venta con una fidelidad absoluta a las tradiciones aprendidas. Mientras tanto, los hombres —Carlos incluido— se ocupaban más del trato directo con los clientes o incluso de tareas ganaderas. En esta división tácita de roles se construyó buena parte del carácter del lugar.
Hoy, cuando ya solo queda una semana para el cierre, muchos vecinos y visitantes preguntan con incredulidad si es cierto que la Venta bajará la persiana. Otros, preocupados, se preguntan dónde encontrarán ahora los sabores que allí disfrutaban. El anuncio ha sido un golpe más para una comarca que, como tantas otras, sufre las consecuencias del declive rural. Porque lo que desaparece no es solo un sitio para comer, sino un espacio de encuentro, de memoria y de identidad.
Imágenes | Google Streetview
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