
Las monjas bernardas de San Salvador de Ferreira mantienen vivas antiguas recetas de dulces que siguen elaborando de forma totalmente artesanal
Galicia, más allá de Santiago de Compostela, está salpicada por doquier de monumentos religiosos que se entremezclan con la cultura pagana y el folclore local. La Ribeira Sacra, como su propio nombre indica, es uno de los territorios donde más queda patente esa huella cristiana a través de los numerosos templos, ermitas, iglesias y monasterios repartidos entre las provincias de Lugo y Orense, pero tan solo hay uno que mantiene vida religiosa activa en la actualidad.
Es el monasterio de San Salvador de Ferreira, en el municipio lucense de Pantón, una magnífica construcción monástica cuyo origen se remonta al siglo X cuando se fundó como monasterio dúplice. Fue ya en siglo XII cuando se anexionó a la orden del Císter, época a la que pertenece también la iglesia románica que ha llegado hasta nuestros días, uno de los mejores ejemplos de arte románico de toda Galicia y especialmente interesante por la riquísima iconografía de su cabecera semicircular.
El monasterio presenta hoy varias construcciones añadidas a lo largo de los siglos, con un claustro renacentista de dos cuerpos, de piedra y madera, y una fachada ya barroca del siglo XVIII, sencilla pero elegante y bien ejecutada. Aunque al exterior, de nuevo, destaca por su calidad técnica y belleza iconográfica el ábside románico del altar de la iglesia, con sus características ventanas enmarcadas por columnas de capiteles decorados y fantásticos canecillos mostrando diversas formas escultóricas.
La visita a este monasterio es más que recomendable por el valor histórico y artístico del monumento, con entrada gratuita más un simbólico precio para conocer el bonito claustro, pero además hay un atractivo añadido para acercarse a este rincón de Pantón. Uno muy goloso.
Porque, como decíamos al principio, el Divino San Salvador de Ferreira es el único monasterio que mantiene vida monástica gracias a la pequeña comunidad de monjas que siguen habitando y cuidando de sus estancias, y también elaborando un surtido de dulces tradicionales que no se pueden encontrar en ningún otro lugar.
Es apenas una comunidad formada por ya menos de una decena de religiosas, pero que llevan en el monasterio más de ocho siglos, siguiendo un modo de vida que apenas ha cambiado a lo largo de los años. Son monjas de clausura cistercienses, de la orden de las Bernardas Descalzas, que desde el antiguo obrador rodeado de paz y silencio mantienen con vida antiguas recetas heredadas de las generaciones anteriores y transmitidas oralmente de unas hermanas a otras a través del tiempo.
De sus manos salen bandejas y cajas de lo que llaman "dulces divinos"; la gran mayoría con la almendra como ingrediente principal, recuperando así una tradición muy arraigada en la repostería gallega, que va más allá de la famosa tarta de Santiago. Entre sus productos más demandados destacan las tejas, los almendrados, las alegrías, los coquiños -de almendra, coco y miel-, las golosas -galletas de mantequilla- y la popularísima rosca de almendras, una especie de tarta o bizcocho de miga tierna y jugosa.
Las propias monjas siguen moliendo en las cocinas del monasterio la almendra para preparar la harina de este fruto seco con el que mezclan, amasan y hornean sus dulces en un proceso totalmente artesanal. A diferencia de otras comunidades religiosas reposteras del país, no distribuyen sus productos a otros comercios, por lo que quien quiera probar sus antiguos y divinos dulces tendrán que hacerles una visita y rezar para que no se hayan acabado las existencias de su modesta tienda.
Los vecinos de la zona son los principales clientes de estas delicias cuya demanda aumenta en la temporada alta de turismo en Galicia, especialmente en verano y fines de semana, con visitantes atraídos tanto por la fama de sus dulces como por la propia visita al monasterio, que además ofrece hospedaje a quien así lo solicite, como manda la tradición benedictina, "mientras venga a cultivar su vida interior, comparta la liturgia monástica y no perturbe la paz de las madres y hermanas ni de los demás huéspedes".
Imágenes | Monasterio Divino Salvador
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