Seguramente haya un grupo de chavales que no estén especialmente enamorados de la moda juvenil, o al menos de la moda juvenil del siglo XXI en la que para reservar en un restaurante es cada vez más frecuente tener que dejar un nombre de contacto y un número de teléfono.
Así le ha pasado a un tal Luis, según explica la usuaria de Twitter Estela Miralles, camarera en el restaurante japonés Hattori Hanzo (Madrid), pero que denuncia en la red social del pajarito como un grupo de chavales intentó hacer un simpa y luego, con el rabo entre las piernas, volvió para saldar su cuenta.
En apenas unos pocos tuits, como si fuera de un folletín del siglo XIX, Estela ha desgranado los cuatro pasos de unos fugitivos que habían dejado más pistas en el lugar del crimen que un capítulo de Dexter.
Sin aclarar de cuánto era la cuenta ni cuántas personas conformaban la comida, los demandados primero alegaron que el teléfono utilizado para la reserva no era suyo. Posteriormente, el ínclito fugitivo, explicó que vivía en Alemania y que allí, cuando se formalizaba la reserva, directamente ya se cobraba.
Como es evidente, también intentaron jugar la carta de la autoridad. Para ello, según indicaba Estela Miralles adjuntando pantallazos de WhatsApp, amenazaron con presentarse en el local con el padre de uno de los 'clientes', que era guardia civil.
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En los tiempos de Bizum, de Settle Up, de aplicaciones como Cover Manager o El Tenedor, resulta cada vez más claro que reservar o pagar en un restaurante pretendiendo ser completamente anónimo es una quimera. Seguramente, nuestros infaustos protagonistas de esta historia se lo pensarán dos veces antes de volver a reservar o con su teléfono o con su nombre real.
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