Pagar con tarjeta de crédito es tan cómodo que muchas personas lo hacen casi sin pensarlo. Pasas la compra, escuchas el pitido, firmas o introduces el pin y ya está. Pero esa facilidad tiene un coste silencioso que se acumula a final de mes. Y no se trata solo de intereses: también afecta a cómo percibes el dinero que gastas.
El supermercado no es precisamente un capricho: es gasto fijo, recurrente y necesario. Por eso, los expertos financieros coinciden en que financiarlo con crédito puede convertirse en una bomba económica a medio plazo. Si compras comida a crédito, en realidad estás pagando intereses por un producto que probablemente ya habrás consumido antes de haberlo terminado de pagar.
En realidad, una de las trampas más comunes es pagar solo el mínimo mensual. Esto hace que la deuda no desaparezca, sino que crezca. Si tu cuota cubre únicamente los intereses —o incluso menos—, esa compra de 50 euros puede acabar costando bastante más con el tiempo. Lo que parecía un gesto cotidiano se convierte en una deuda permanente.
Distancia emocional
Otro problema es que los pagos con crédito reducen la percepción real del gasto. La economía conductual constata que cuando usamos una tarjeta de crédito, sentimos menos dolor de pagar que cuando pagamos con efectivo. Esa distancia emocional con el dinero es justo lo que alimenta las compras impulsivas y los caprichos de pasillo que inflan el ticket final.
Además, muchas tarjetas ofrecen planes de pago a plazos o meses sin intereses que suenan inofensivos. Pero esas fórmulas suelen esconder comisiones adicionales o tipos de interés diferidos.
Deuda recurrente
También hay un riesgo estructural: convertir tus gastos cotidianos en deuda recurrente. Si financias la compra todas las semanas, acumulas un saldo que se renueva constantemente, como si estuvieras corriendo en una cinta de gimnasio sin llegar nunca a la meta.
Por eso, los especialistas recomiendan usar la tarjeta de crédito solo para gastos extraordinarios —viajes, compras puntuales, imprevistos— y no para cubrir la lista de la compra. Usar efectivo o débito para la cesta básica ayuda a ser más consciente del dinero que sale y a no gastar más de lo que tienes disponible.
Eso no significa demonizar las tarjetas de crédito. Si se usan con disciplina pagando siempre el saldo completo cada mes, evitando financiar necesidades básicas y no acumulando intereses pueden ser una herramienta útil para organizar gastos. Sin embargo, cuando se convierten en el método habitual para pagar pan, leche y tomates, dejan de ser un recurso financiero y se transforman en un hábito peligroso.
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