Crónicas del otro lado: la soledad

Crónicas del otro lado: la soledad
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Me gusta trabajar en nochevieja porque la gente está predispuesta a pasarlo bien, es de esos días de buen rollo y la sensación que suele quedar al personal tras el servicio es de completa satisfacción.

Este año, quizás la anécdota más reseñable fue la de un cliente que a las doce menos dos minutos (si, dos minutos antes de que sonaran las campanadas) abandonó el salón de la cena para encaminarse hasta la barra del bar donde estaba todo el personal de servicio a la espera de comer las tradicionales uvas para que le sirviéramos un cacharro. Ante la negativa de servirle antes de las campanadas el cliente optó por quedarse con nosotros como uno más, comió con nosotros las uvas y brindó con nosotros, y después sí le servimos el bacardí con coca cola que con tanta insistencia nos solicitaba en un momento tan delicado.

Todo parecía divertido y simpático hasta que descubrí la resignada soledad de aquella mujer que, sentada en la mesa, recibía completamente sola el nuevo año sin ningún tipo de entusiasmo, sin ningún tipo de emoción, mientras su pareja compartía bromas y alegrías en el bar con el personal de servicio. Aquella explosión de alegría alrededor de ella contrastaba con la falta de sentimiento de la mujer. No creo haber visto nunca una situación que reflejara de mejor manera la soledad.

La soledad de aquella mujer confrontada con la actitud de rey del mambo de su pareja en la barra de bar con el personal de servicio, me hizo recordar otra situación igual de amarga:

Ella siempre llegaba primero que él, se sentaba en la mesa más apartada de la puerta y allí esperaba, unas veces cinco minutos, otras veces más de media hora, otras veces en plena espera recibía una llamada de teléfono, se le quebraba el gesto y de manera resignada pagaba y se iba sóla.

Ella era una mujer preciosa, rozando los cuarenta, de serena elegancia, mantenía una figura entre estilizada y sinuosa que desafiaba con lozana frescura el paso del tiempo. Verla llegar era un auténtico espectáculo, caminaba con delicadeza hasta llegar a la mesa, siempre la misma, allí, de manera muy lenta, y aún de pie se desabrochaba el abrigo, con un sensual aunque carente de intención movimiento de cabeza apartaba su ondulada melena rubia mientras dejaba caer por sus hombros el abrigo, mostrando debajo un conjunto que armonizaba en discreta sensualidad y elegancia a partes iguales. Sus ojos verdes marcaban una mirada franca, que sonreía sólo con mirarte, sin necesidad de dibujar un movimiento en sus labios.

El cuando venía lo hacía siempre más tarde que ella, entraba de manera discreta, casi casi a hurtadillas se sentaba de espaldas a la puerta y de manera nerviosa escudriñaba todos los movimientos que se produjeran en el local, cada vez que sonaba la puerta volvía la cabeza para observar quién entraba, durante todo el rato se mostraba intranquilo, intranquilidad que se reflejaba de manera más patente viendo como de forma nerviosa y descontrolada jugueteaba por debajo de la mesa con la alianza matrimonial que portaba. Casi nunca tomaba nada, charlaban un poquito y al poco rato solían irse juntos.

El comportamiento huraño e incómodo de él contrastaba con la actitud de la chica, le miraba de esa manera especial, con esa mirada que sólo se utiliza cuando tienes delante a la persona que amas, en cambio él huía de aquella mirada posando la suya en todos los presentes, supongo que intentando encontrar a alguien que pudiera reconocerlo, en una ocasión mientras charlaban ,ella posó su mano sobre la de él, fue un segundo, él al sentirla dio un respingo, y la retiró de manera ágil para alcanzar con ella el paquete de tabaco que descansaba frente a él.

Al poco ambos se iban, juntos. Esa noche, seguramente acabaría, como muchas otras noches para ella, en el asiento de atrás de un coche, allí seguro que ella se iba a sentir deseada, pero nunca se iba a sentir amada, porque él no tenía amor para entregarle, ya lo tenía hipotecado por completo.

Desde fuera la relación se veía tan injusta, una persona que daba tanto con otra que daba tan poco. Con el tiempo dejaron de venir, para mí fue una situación de alivio porque quiero pensar que se dio cuenta de lo desaforada de la relación, quiero pensar que fue consciente de que merecía algo más, pero otras veces también pienso que quizás sólo hayan decidido cambiar de lugar de contacto, ya que aquella mirada era de entregarse de manera incondicional, de darlo todo y solo agradecer lo poco que recibiese a cambio.

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