Joana Costa
EditorDurante décadas, la imagen de la casa segura pasaba por una reja contundente en la entrada: mucho hierro, barrotes verticales y una clara sensación de "Aquí dentro no se pasa". La arquitectura contemporánea está dando un giro a esa estética y apuesta por frentes más abiertos, donde la luz tiene tanto peso como la seguridad.
El resultado de esta renovada mirada sobre los espacios exteriores son jardines que se ven menos encerrados y fachadas que ganan en ligereza visual sin bajar la guardia, y pese a mantener toda la seguridad.
En este cambio de paradigma, el vidrio laminado de seguridad se ha convertido en uno de los grandes protagonistas. Se trata de paneles compuestos por varias capas de vidrio unidas por láminas plásticas especiales, diseñadas para resistir impactos y mantenerse cohesionadas en caso de rotura.
Así se consigue un cerramiento que protege de intrusiones, reduce el riesgo de caída de fragmentos y permite un frente más limpio y transparente hacia la calle o el jardín, siempre que no nos importe ser vistos.
Sensación de apertura
El principal atractivo para muchos propietarios es la sensación de apertura. Donde antes había barrotes, ahora hay superficies transparentes que dejan pasar la luz natural, amplían visualmente el espacio exterior y conectan mejor la vivienda con su entorno.
Esa transparencia, combinada con estructuras metálicas mínimas, logra un equilibrio entre privacidad y exposición que resulta difícil de conseguir con una reja tradicional de hierro, por muy decorada que esté.
La seguridad no se sacrifica en el camino. Los vidrios laminados y templados se fabrican precisamente para soportar golpes, intentos de forzado y cambios de temperatura. En caso de impacto severo, el material se agrieta pero permanece adherido a la lámina interior, complicando el acceso y evitando cristales sueltos.
Este comportamiento los convierte en una especie de escudo discreto, pensado para quienes quieren reforzar la protección sin llenar la fachada de barrotes, encarcelándose en el interior del espacio.
Volúmenes limpios
Otro punto a favor es el diseño. Estas soluciones permiten jugar con líneas rectas, volúmenes limpios y combinaciones con madera, hormigón visto o piedra, muy presentes en la vivienda actual. El frente deja de ser una simple barrera para convertirse en parte del proyecto arquitectónico, con pasamanos casi invisibles, paneles escalonados o cierres continuos que dan una imagen más cuidada y contemporánea que las rejas de siempre.
La privacidad también se puede modular. El vidrio no tiene por qué ser totalmente transparente: existen acabados esmerilados, serigrafiados o con films microtexturados que difuminan las vistas desde la calle sin renunciar a la entrada de luz.
De esta forma, es posible cerrar un jardín delantero o una piscina sin la sensación de estar en un escaparate, algo que muchos propietarios valoran tanto como la seguridad física del cerramiento.
A diferencia del hierro, estas soluciones no dependen de capas periódicas de pintura para mantenerse en buen estado. Aunque ciertamente requieren una limpieza regular para evitar marcas de agua o huellas, el mantenimiento se reduce básicamente a cuidar la perfilería y revisar las fijaciones.
Frente al óxido, los desconchones y los barrotes torcidos, el vidrio laminado propone una estética más estable en el tiempo, que no envejece al mismo ritmo que las antiguas verjas metálicas.
Por supuesto, no es una solución universal: requiere un presupuesto mayor que una reja básica y una correcta instalación profesional para garantizar su comportamiento ante impactos o cambios climáticos.
Pero en viviendas donde el diseño exterior se cuida tanto como el interior, el cambio de hierro por cristal se está consolidando como un gesto de época. Un signo de que la seguridad ya no se asocia solo a cerrarse, sino a elegir materiales que permitan vivir el jardín también desde fuera.
Foto | Pexels / Freepik
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