Las plantas no hablan, pero si lo hicieran, algunas lo harían con hojas empolvadas. El kalanchoe, esa suculenta aparentemente resistente y estética, a veces presenta una capa blanquecina que desconcierta a los jardineros novatos.
Lo primero es saber distinguir: no es polvo de casa ni suciedad atmosférica. Es muy posible que se trate de oídio, un hongo que afecta a muchas especies vegetales, incluyendo este clásico del cultivo interior y exterior.
El oídio aparece con frecuencia en ambientes húmedos, poco ventilados o por exceso de riego. Se manifiesta como una capa blanca o gris que recubre tallos y hojas, provocando debilitamiento y deformaciones.
Primero, cuarentena
La solución pasa por aislar la planta afectada, mejorar la ventilación y aplicar un fungicida natural, como el bicarbonato sódico diluido o el clásico azufre en polvo. Hay que ser constante, pero también respetuoso y paciente.
También conviene revisar la tierra y el drenaje. Un kalanchoe con raíces anegadas es más propenso a enfermar. Mejor un sustrato ligero, maceta de barro y riego solo cuando el suelo esté completamente seco.

La luz es otro factor importante. Aunque el kalanchoe necesita claridad, no tolera bien el sol abrasador. Un lugar luminoso sin sol directo es el escenario ideal para su recuperación.
Podar las hojas afectadas es imprescindible. Así se evita que el hongo se propague. Y nunca usar esas hojas como compost: el oídio viaja y se reproduce fácilmente en condiciones óptimas.
Por último, la prevención: airear la habitación, espaciar los riegos y observar a la planta con frecuencia. Porque, aunque el kalanchoe parezca inalterable, también tiene sus momentos débiles y caprichosos.
Foto | Markus Winkler y RDNE Stock project
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