El Pirineo aragonés no es solo el una postal de paisajes nevados en invierno; cuando el calor de la primavera y el verano hace acto de presencia, estos pequeños pueblos de montaña se transforman en verdaderos oasis de frescura y donde dormir tapado se convierte casi en un privilegio mientras la naturaleza nos abraza.
Cascadas que rugen con fuerza, ríos tranquilos, playas fluviales, pueblos con encanto, montañas majestuosas y cuevas misteriosas emergen como encantos escondidos que rivalizan con los destinos clásicos de sol y playa, y donde los 30 grados no se convierten en la tónica habitual.
En medio de este universo de bellezas recónditas, sobresalen joyas como Lanuza, en la provincia de Huesca, enclave perfecto para combinar descanso y aventuras al aire libre. Este minúsculo núcleo pertenece al municipio de Sallent de Gállego, y encarna a la perfección esa dualidad entre tranquilidad reposada y actividad veraniega sin límites.
Lanuza aparece en el valle de Tena, a unos 80 kilómetros al norte de la ciudad de Huesca, muy cerca de la frontera con Francia. Su ubicación, a unos 1.200 metros de altitud, entre montañas verdes y un embalse que refleja el cielo, le otorga una atmósfera serena y al mismo tiempo vibrante.
El pasado esplendoroso de Lanuza
Se trata de un pueblo diminuto, donde apenas residen unas cuarenta personas, pero en verano recupera su pulso gracias a visitantes y a los descendientes de quienes vivieron allí hace décadas. El entorno natural, con sus bosques y senderos, y la posibilidad de disfrutar de deportes acuáticos crean un imán para quienes buscan desconexión sin renunciar a la aventura.
La historia de Lanuza remite a siglos pasados, cuando formaba parte de las posesiones de la Corona de Aragón. Durante el medievo, este enclave adquirió cierta notoriedad por su posición estratégica, conectado con rutas que ascendían hacia Francia y Aragón. Sin embargo, en el siglo XX, su destino cambió dramáticamente. La construcción de un embalse en el valle modificó radicalmente el paisaje y hundió en la densidad demográfica a la localidad.
Muchos vecinos emigraron a otras zonas en busca de mejores oportunidades, y Lanuza llegó a convertirse en un pueblo semideshabitado, con un aire casi fantasmagórico, donde las casas parecían guardarse del silencio por miedo a romperlo. Pese al abandono, el legado de aquellos antiguos pobladores se mantiene vivo. Sus herederos están liderando una reconversión silenciosa, devolviendo vida al lugar.
Han rehabilitado viviendas, han abierto alojamientos rurales y pequeñas tiendas, y han tejido una red de actividades que florece cada verano. El pueblo recupera el verdor en jardín y huertas, mientras que la memoria colectiva activa un sentimiento de pertenencia y nostalgia que contrasta con el bullicio efímero del turismo veraniego.
Arquitectónicamente, Lanuza despliega el encanto de un pueblo de montaña clásico: casas de piedra robustas, con muros cargados de musgo y tejados de pizarra que se mimetizan con el entorno.
Qué hacer en Lanuza (Huesca)
Las chimeneas humean en días fríos, y en verano esas mismas construcciones ofrecen refugio frente al sol, aportando frescor. Calles estrechas y empedradas serpentean entre estas viviendas minerales, creando una atmósfera íntima y recogida. Las plazas diminutas y los restos de antiguas construcciones, como la iglesia parroquial, hablan de un pasado comunitario y religioso que, con el paso del tiempo, adquiere un valor nostálgico y emotivo.

En cuanto a qué ver y qué hacer en Lanuza y sus alrededores, las opciones se disparan en cuanto se abre la temporada estival. Los senderos que rodean el embalse permiten caminatas suaves, aptas para toda la familia, con vistas continuas al agua y a la montaña.
Para quienes buscan un reto mayor, se pueden explorar rutas que suben hasta miradores estratégicos y pequeños valles colindantes, atravesando bosques de pino negro y hayedos. Caminar por estas sendas es descubrir los sonidos del agua que corre, el canto de los pájaros y los infinitos matices de verde en cada estación.

Pero si el agua ya está presente, lo mejor es aprovecharla. El embalse de Lanuza es ideal para el piragüismo, el kayak e incluso el rafting en tramos más salvajes del río Aragón. Las empresas locales ofrecen alquiler de embarcaciones y rutas guiadas que combinan técnica y disfrute paisajístico.
Navegar en kayak al amanecer, cuando la niebla se arropa en el agua, es una experiencia casi mística. También es posible organizar excursiones que parten de Lanuza y bajan por el cauce del embalse, acercando a los viajeros a otros pueblos vecinos, como Sallent de Gallego, que también ofrece playas fluviales y zonas para bañarse.

También los amantes de la música tienen una cita en Lanuza, con el festival Pirineos Sur, que se celebra desde mediados de los años noventa y posiciona en el mapa cultural a la localidad con carteles de primeros espadas nacionales e internacionales del pop, el rock, la música electrónica o el flamenco.
Imágenes | Turismo de Aragón
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