En el mundo del desayuno, las gallinas reinan. También los patos y las codornices tienen su público, pero hay un gran ausente entre las (aves) sospechosas habituales: el pavo. Aunque ponen huevos —como todos— sus productos rara vez acaban en el mercado.
La respuesta no es el sabor. De hecho, quienes los han probado aseguran que son parecidos a los de gallina, aunque algo más densos, como su carne. El problema es la producción, no el gusto. Los pavos son un mal negocio como aves ponedoras.
Una gallina pone unos 300 huevos al año. Un pavo, con suerte, llega a 100. Además, necesitan más espacio, más comida y más cuidados. Es decir, son un desastre logístico para la industria avícola. No interesan, no rinden.
Además, los pavos suelen criarse para carne. Su rentabilidad está en los muslos, no en los huevos. Cuando se tiene que invertir en un animal, mejor que crezca rápido y pese más, no que ponga huevos de forma errática y con poca frecuencia, según explica en un vídeo el experto de The Self Sufficient Backyard.
Menos amables
También está el tema de la domesticación. Las gallinas han sido seleccionadas durante siglos para poner más huevos. Los pavos, no. Son animales más temperamentales, más grandes y menos manejables. No es lo ideal para una granja de producción intensiva.
En cuanto a los huevos, son más grandes, con una cáscara más dura y moteada. Quedan bien en fotos, pero mal en procesos industriales. Y eso también influye: si cuesta más recogerlos, limpiarlos y empaquetarlos, todavía interesa menos.
Otra razón es la costumbre. Si no estamos acostumbrados a ver huevos de pavo en el supermercado, tampoco los pedimos. Y si no los pedimos, no se venden. Un círculo perfecto de ausencia justificada. Quizás a alguno incluso le remueva la sola idea de comérselos.
Huevos cremosos
Quienes los han probado dicen que son sabrosos, cremosos y muy interesantes para repostería. Pero, claro, con ese precio (pueden costar hasta 3 euros por unidad), más vale que te los regale un granjero.
Así que la próxima vez que te preguntes por qué comemos unos huevos y no otros, recuerda: no todo es cuestión de sabor. A veces, el supermercado es un reflejo del balance económico, no del instinto gastronómico.
Foto | Kate
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