Imagino que al leer el titular de esta crónica os habréis quedado igual de sorprendidos que cuando a mi me propusieron asistir. El caso es que el lunes pasado, Dani García presentó en su restaurante Calima la nueva colección de zapatos y zapatillas de El Naturalista, en las que ha colaborado y aportado su visión de la cocina, para crear una línea que de alguna manera una dos mundos tan alejados como el de la moda y la gastronomía.
Sin duda, de los cinco diseños presentados --cada uno asociado a un plato del reputado cocinero, poseedor de dos estrellas Michelin-- hay uno que destaca por encima de todos los demás, ya que en la suela de la zapatilla nos encontramos representada una tortilla de camarones. En serio, no os estoy tomando el pelo, podéis comprobarlo vosotros mismos si seguís leyendo.
En realidad no se trata de una tortilla de camarones al uso, sino una versión un tanto especial, elaborada con obulato, una lámina comestible transparente cuyo origen encontramos en Japón. Eso sí, en la suela podemos distinguir perfectamente los camarones ¿Es esto unir gastronomía y moda? Tengo mis dudas, pero la tortilla estaba de muerte.
En el resto de líneas se iba diluyendo poco a poco la relación de la gastronomía con el diseño de la suela, y aparecían temáticas más afines a Dani García y algunos de sus platos; como la serie inspirada en el croche, acompañada por unas palomitas de aceite en nitrógeno líquido, o la serie contradicción, en la que había representada un tenedor y una cuchara, y cuyo plato asociado era el famoso tomate falso.
Quizás donde mejor se había conseguido plasmar en la suela la esencia del plato era en la serie Torcal; un postre inspirado en la característica orografía de la zona, que se recrea con un bizocho de chocolate y naranja y una base de piedras de chocolate plateado. De la última serie, en la que en la suela aparece la cara del cocinero, mejor no comento nada.
Tras la presentación, tuvimos la oportunidad de probar algunas de las creaciones de Dani en un catéring muy variado. Confieso que hubiera preferido probar menos platos pero hacerlo sentado y conociendo los detalles de cada uno, pero tampoco voy a negar que disfruté tratando de adivinar qué era cada cosa.
Lo primero que caté fue la tortilla de camarones hecha con obulato. Muy crujiente y sabrosa, como comerse un trocito de mar. También probé una especie de cortezas, que parecían aceite hidrogenado, aunque no me atrevería a decir que son las palomitas de aceite que he mencionado antes, así como un buñuelo de bacalao.
Lo más llamativo de esta primera ronda fueron unos boquerones en vinagre bañados de una suave emulsión. Un poco engorrosos de comer, pero igualmente ricos. Aunque si tuviera que quedarme con dos, sin duda sería con el gazpacho de cereza y el pequeño medallón de foie, recubierto por todavía no sé qué, pero que ofrecía un contrapunto dulce delicioso.
Cuando apareció en escena el primer camarero con lo que me voy a tomar la licencia de llamar tomates reconstruidos, confieso que me abalancé descaradamente sobre el contenido de su bandeja. Tenía ganas de probarlo, y quizás por eso me decepcionó. Es cierto que la apariencia es espectacular, y que la sorpresa al morderlo y encontrarse en el interior una mousse de pipirana es mayúscula, pero no deja de ser mucho más que un truco de magia sin rubia explosiva de por medio.
Menos llamativos, pero mucho más sabrosos, fueron los dos siguientes platos. Por un lado, un magnífico ravioli de rabo de toro, que se deshacía en el paladar; por el otro, una arroz con boletus que estaba sublime, algo que es mucho decir para un valenciano.
En la sección de postres, el mencionado inspirado en el Torcal, una mariposa de chocolate y caramelo y unos peones de chocolate rellenos de una gelatina cuyo sabor no atisbo a recordar, aunque sí sé que no me entusiasmó. De los tres, sin duda, el mejor fue el del Torcal, con un suave bizcocho de chocolate y naranja.
Espero que este extenso --y eso que no os he mostrado todo-- pero poco preciso paseo por las delicias que salían de la cocina del Calima os den una idea de lo que os podéis encontrar en el aclamado restaurante de Dani García, aunque estoy seguro que sentado en la mesa todo me hubiera sabido mucho mejor.
Os dejo con una foto que creo que representa muy bien el esfuerzo que hay detrás de cada plato, con un sinfín de cocineros afanándose sobre las mesas de trabajo para que cada creación quede perfecta.
Por cierto, en las imágenes no se puede apreciar porque era casi de noche, pero el restaurante está justo frente a la playa, con el salón comunicando con la terraza a través de una cristalera enorme, al igual que la cocina, que está completamente a la vista y se puede observar desde el salón.
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