Esta es la mayor lección que aprendí de mi abuela para cuidar las plantas y macetas de mi casa

Aquel aprendizaje es hoy una de mis grandes máximas para tener tiestos domésticos

Maceta
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Tener mano para la jardinería doméstica es un don que, diría, se tiene o no se tiene. Mi abuela lo tenía, siendo capaz de sacar flores y mantener todo tipo de plantas y macetas en su casa, con una luminosidad bastante dudosa y, además, con un clima que para los estándares de Madrid –donde ella vivía– se considerarían fríos.

Sin embargo, tenía mucha maña para cuidar flores de lo más variadas. También para conseguir que sus aromáticas, que pendían de pequeños maceteros del balcón de la cocina, estuvieran siempre lustrosas y a punto para rendir tributo a la cocina española.

Daba igual lo que tuviera por casa. Incluso haciendo injertos y trasplantando pequeñas hierbas silvestres como el orégano, el tomillo, la lavanda o el romero. Incluso las hojas tiernas como la albahaca o la hierbabuena tampoco se le resistían.

Por descontado, todo tipo de flores frecuentes en los balcones españoles como geranios, claveles, petunias, azucenas, begonias, hortensias… Rara era la planta que en sus macetas no cobraba nuevos vuelos y aguantaba meses y años.

Es cierto que mi abuela tuvo la suerte de contar con una educación rural, rodeada de animales y plantas, en un pequeño pueblo de la Sierra de Gredos. No obstante, podemos afirmar que el hábito no hace al monje y que el hecho de nacer allí, aún criándose en un ambiente muy natural, no significa que ya tengas un máster en jardinería doméstica.

Sin embargo, mi abuela lo tenía. Yo no he heredado esa maña. Tampoco su paciencia. Ni, por desgracia, el punto que conseguía para hacer maravillosas migas o casi milagrear con una tendencia a hacer legumbres viudas sabrosísimas, donde recuerdo con especial cariño las ollas de carillas que hacía. El que tenga orígenes en Cáceres, Toledo o el sur de Ávila, como es mi caso, entenderá de qué judías hablo.

No obstante, hoy no he venido a hablar de mi vida, ni de mi libro. Tampoco a glosar las virtudes domésticas de mi abuela en términos totales, sino a algo mucho más sencillo: a contar el gran secreto que heredé y que ahora llevo a rajatabla para cuidar cualquier tipo de maceta o planta doméstica.

El secreto de mi abuela para cuidar plantas y macetas en casa

"Tierra aplastada, planta encharcada" le oí decir más de una vez. Al principio, cuando yo era bien pequeño, no tenía ni la más remota idea que significaba aquel sencillo pareado. Cuando ya no era tan crío y la seguía por casa, empecé a darme cuenta.

Todas sus macetas y plantas tenían una tierra que distaba mucho de estar perfectamente alisada y apisonada. Más bien al contrario. Asomarse a sus tiestos era un pequeño caos de tierra ligeramente removida en su superficie. Aquel gesto que le veía hacer con los dedos o, en caso necesario, con una pequeña pala, era suficiente para ejercer una ligera roturación en cualquiera de sus macetas.

Inocente y sencillo, lo que se consigue con esta mínima roturación es descompactar la tierra y permitir que el riego, cuando sea necesario, penetre con más facilidad en toda la maceta, manteniendo una buena hidratación de las raíces.

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Lo contrario, cuando mantenemos la tierra bien compactada, es un error de manual que cualquier libro de jardinería insistirá en no cometer. Si la tierra está demasiado apisonada y prieta, el agua no fluirá con facilidad y se quedará en la superficie, corriendo el riesgo de encharcar la maceta y anegar la planta.

Imágenes | Freepik

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