Mantener el suelo limpio más de un par de días parece misión imposible: basta una visita improvisada, una tarde de lluvia o un paseo con las zapatillas equivocadas para que el brillo desaparezca.
Cada vez más voces coinciden en que el primer gesto, tan obvio como poco aplicado, marca la diferencia: pedir a los invitados que se quiten los zapatos al entrar. No es cuestión de protocolo japonés o suecp, sino de lógica doméstica.
La suela arrastra tierra, restos de suciedad, bacterias y microarenas que actúan como una lija silenciosa, y todo eso termina instalado dentro del salón de nuestro hogar con toda su plenitud y potencia.
Pedir a alguien que se quite los zapatos al entrar puede resultar incómodo, sobre todo en un país donde no existe una norma social clara al respecto. A muchos anfitriones les da reparo por miedo a parecer exigentes o poco acogedores, y a los invitados les pilla por sorpresa, sobre todo a los más allegados que siempre han entrado con sus zapatos puestos en los pies y tienen un precedente.
Pero la barrera inicial suele ser más mental que real: la mayoría entiende perfectamente que se trata de cuidar la casa, no de imponer un ritual extraño, sobre todo cuando en esta casa viven bebés o animales.
Una vez establecida la regla, la experiencia demuestra que la gente la cumple sin mayor problema. Basta explicarlo con naturalidad y ofrecer alternativas (unas zapatillas de estar por casa, calcetines limpios o simplemente un tono amable) para que el gesto deje de ser incómodo y se convierta en rutina. Cuando la norma se integra, todos entran en cintura y los suelos también lo agradecen.
No pasarse el día limpiando
Además de este hábito, hay otros trucos que ayudan a evitar limpiezas constantes. El primero: colocar una alfombrilla de calidad tanto fuera como dentro de la puerta. Las baratas apenas retienen polvo; las buenas atrapan partículas y reducen la suciedad de forma efectiva. No es un detalle menor si tienes suelos delicados o mascotas.
Otra recomendación es utilizar zapatillas exclusivas para el interior, pero no cualquiera. Son ideales modelos con suela blanda que no rayen el pavimento y que puedan lavarse en lavadora. Es una forma sencilla de prolongar la vida útil del suelo, especialmente si es de madera o laminado.
También funciona establecer zonas de caída, un concepto muy usado en interiorismo funcional: espacios cerca de la entrada donde dejar bolsos, chaquetas, mochilas, paraguas y cualquier objeto que llegue de la calle. Así se evita que el polvo y la humedad viajen hasta el salón o el dormitorio.
Uno de los grandes errores habituales es fregar demasiado. No por higiene, sino por desgaste. Muchos fabricantes recomiendan espaciar esta tarea y priorizar el uso diario de una mopa electrostática, que recoge polvo fino sin maltratar la superficie. Fregar solo cuando realmente sea necesario —y con productos suaves— mantiene el brillo más tiempo.
Un truco menos conocido: ventilar de forma estratégica. Abrir ventanas durante minutos a primera hora reduce la humedad interior, lo que evita que las partículas de polvo se adhieran al suelo. Si ventilas a media mañana o por la tarde, cuando hay más tráfico en la calle, entra más suciedad en suspensión.
Y una novedad que recomiendan cada vez más profesionales de la limpieza doméstica: usar protectores de fieltro no solo en las patas de sillas y mesas, sino también en macetas, cestas, cajas de almacenaje y cualquier objeto que se arrastre por el suelo. Suelen pasar desapercibidos, pero evitan microarañazos que luego solo se solucionan puliendo.
Estos gestos cotidianos, desde pedir que se quiten los zapatos hasta reducir el número de fregados, permiten que los suelos duren más limpios sin obsesionarse con la escoba. Se trata de una mezcla de sentido común, rutinas pequeñas y una mirada más consciente hacia todo lo que traemos de la calle.
Fotos | Pexels
En DAP | Cómo un escurreplatos puede darte el doble de espacio en el baño sin hacer obras
En DAP | Una semana usando el set antihumedad de Mercadona: así mejora el baño por menos de cuatro euros