El váter es el gran olvidado. Se limpia por encima, con prisas, como si bastara con un poco de lejía para mantenerlo con higiene y brillo. Además, reconozcámoslo de una vez, es algo que, en general, da bastante de repelús de hacer. Pero no es así.
La realidad es que acumula bacterias incluso cuando parece limpio. Por eso conviene seguir un orden: primero el exterior, luego el interior. Nunca al revés. Así vas de la parte más sucia a la menos sucia.
Empieza por la cisterna, los bordes y la base del inodoro. Usa productos desinfectantes y bayetas exclusivas. Solo después pasa a la taza, y hazlo, a poder ser, con una bayeta diferente.
El fondo, la peor parte
Para el interior, un buen desincrustante y un cepillo curvado marcan la diferencia. Frota bajo el borde con precisión. Ahí es donde se esconde la suciedad más resistente.
No olvides bajar el asiento y limpiar los anclajes. Las juntas y el tornillo que une la tapa acumulan suciedad invisible pero real.
Un truco eficaz es dejar actuar el producto durante unos minutos antes de frotar. La acción química ayuda a eliminar gérmenes sin dañar el esmalte.
Aclara bien y ventila el baño. Una limpieza profunda deja olor a limpio, no a producto. Y debe durar más de 48 horas si se hace bien.

No dejes el cepillo mojado, desinféctalo
Por último, recuerda desinfectar los utensilios que usaste. Dejar el cepillo mojado en su soporte es condenarlo a convertirse en foco bacteriano.
Un váter limpio no solo habla de higiene: es una declaración de respeto a quien comparte el baño contigo. La limpieza también es cultura y convivencia.
Foto | Kaboompics.com
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