Pocos nombres evocan tan bien su historia y su identidad como el de la comarca vallisoletana de Tierra del Vino. Al mencionar esa zona, inmediatamente pensamos en lugares como Rueda, La Seca o Serrada, de donde salen algunos de los verdejos más reputados de España. Incluso, hablando de tintos, destaca la localidad de San Román de Hornija. Pero hay otro pueblo, quizá no tan mediático pero lleno de sorpresas, que merece una parada en el camino: Nava del Rey.
Este municipio se sitúa en el suroeste de la provincia de Valladolid, en plena Tierra del Vino. Se encuentra a unos 56 kilómetros de la capital, entre campos abiertos y viñedos que aún hoy recuerdan su pasado agrícola. Su historia arranca en la repoblación cristiana del siglo XI, cuando era conocido como “Nava de Medina”, por su pertenencia a la jurisdicción de Medina del Campo. No fue hasta 1560 cuando obtuvo independencia y pasó a llamarse Nava del Rey.
La vinculación del pueblo con el vino es profunda. Durante siglos, los viñedos dominaron el paisaje y marcaron el ritmo económico local. Sus vinos eran conocidos y apreciados en toda Castilla, y no era raro que los caldos blancos de Nava se consideraran de una calidad tan alta como para figurar en las mesas reales. Aunque la filoxera frenó ese auge en el siglo XIX, la entrada en la Denominación de Origen Rueda, ya en el siglo XX, permitió recuperar el prestigio perdido.
Uno de los símbolos más visibles del esplendor histórico de Nava del Rey es la Iglesia de los Santos Juanes. Lo primero que llama la atención es su torre, construida en 1702, que domina el perfil del pueblo como una suerte de Giralda castellana. La iglesia es de grandes proporciones, de planta de salón con tres naves, y guarda en su interior importantes obras de arte sacro, como un Llanto sobre Cristo Muerto fechado en 1510, además de retablos y esculturas de diferentes épocas.
Pero el legado del vino también se esconde bajo tierra. Literalmente. En Nava del Rey hay más de cuatrocientas bodegas subterráneas excavadas en la arcilla, que se extienden bajo calles y viviendas como si fueran las venas ocultas del pueblo. Estas galerías servían antiguamente para conservar el vino en condiciones óptimas.
El interior de Bodegas Urdil.
Con sus respiraderos, cañones y túneles, algunas de estas bodegas pueden visitarse hoy, convertidas en parte del patrimonio local y en testimonio del peso que tuvo la cultura del vino en la vida diaria. Hoy en día, aunque solo se puede visitar una, Bodegas Urdil, merece mucho la pena la experiencia.
Y si hablamos de experiencias memorables en Nava del Rey, hay una que une gastronomía y emoción: el restaurante Caín. Situado en una antigua nave industrial, este asador contemporáneo rompe con la imagen clásica del lechazo al horno de leña.
Aquí la carne se cocina directamente al fuego, en parrilla vista. La responsable del proyecto es Anaí Meléndez, que tras una etapa en Madrid decidió volver a su tierra para rendirle homenaje con cada plato. La propuesta gira en torno a la carne de calidad, pero también a las verduras asadas al fuego, todo con ingredientes de cercanía y una filosofía honesta: fuego, producto y tierra.
Pero si hay una celebración que define a Nava del Rey y la hace única, esa es la procesión de la Virgen de los Pegotes. Se celebra cada año en dos fechas clave: el 30 de noviembre, cuando se baja la imagen desde el santuario hasta la iglesia del pueblo, y el 8 de diciembre, día de la Inmaculada, cuando se la devuelve a su ermita.
Interior de la Iglesia de los Santos Juanes, en Nava del Rey.
Esta tradición se remonta al siglo XVIII, y su nombre tan peculiar, “pegotes”, proviene del uso de antorchas encendidas y hogueras —pegotes de brea— que se utilizaban para iluminar el camino durante el traslado de la imagen. En pleno invierno, con la noche cerrada, la procesión serpentea entre fuego y sombras, acompañada de carrozas, caballos engalanados, jinetes y música. El ambiente es sobrecogedor, casi mágico. A lo largo del recorrido se reparten dulces, aguardiente y vino caliente, lo que refuerza el carácter popular y festivo de la cita.
Acudir a Nava del Rey es sumergirse en siglos de historia, en la cultura del vino y en la devoción popular. El mejor momento para visitar el pueblo depende del interés del viajero. Para vivir la intensidad y el fervor de la Virgen de los Pegotes, noviembre y diciembre son perfectos. En cambio, si se prefiere recorrer con calma sus calles, visitar las bodegas y disfrutar de la gastronomía sin aglomeraciones, la primavera y el otoño ofrecen temperaturas agradables y una luz ideal para pasear.
Imágenes | Ayuntamiento de Nava del Rey
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