Quienes hemos crecido sin lavavajillas en casa solemos renegar con escepticismo de este electrodoméstico, pero confieso que, después de instalar uno varios años atrás -previa intensa discusión de pareja-, lo defiendo a capa y espada. Aunque he tenido que obligarme a usarlo y también aprender varios trucos para sacarle el máximo partido y evitar incordios como sacar platos chorreantes.
El lavavajillas es mucho más sostenible que fregar a mano porque permite ahorrar agua y energía eléctrica, pero, a quién queremos engañar, si lo usamos es porque es mucho más cómodo. Y esa comodidad puede chocar con la sensación frustrante de ir a colocar la vajilla limpia para tener que ir secando cada utensilio a mano.
Por suerte hace tiempo que aprendí el truco más sencillo que reduce estas molestias -problemas del primer mundo, lo sé-; solo hay que tener a mano un paño de cocina de tela seco y limpio, listo para cuando el lavavajillas nos avise de que ha terminado su trabajo.
Lo único que hay que hacer es es introducir el paño en la puerta por dentro, bien estirado, para enganchar el extremo superior con la propia puerta al cerrarla de nuevo, y esperar un rato antes de volver a abrirla. Así, la tela absorberá la humedad remanente del aparato tras el ciclo de limpieza, evitando que se condense en platos y demás objetos, lo que provocaría sacarlos mojados.
Procura utilizar un trapo de calidad decente, con cierto grosor o tipo microfibra, con buen poder absorbente -los barateros de Ikea que todo el mundo tenemos en casa no son la mejor opción-, seco y limpio. Y haz el movimiento rápidamente, sin abrir mucho la puerta para que no se escape el calor. No mentiré diciendo que es un truco infalible al 100%, pero sí ayuda muchísimo.
Imagen | Freepik/pvproductions
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