Cuando se habla del afamado papa Luna, todas las miradas se vuelven enseguida hacia la villa castellonense de Peñíscola. Allí, bañado por un mar tranquilo, se ubica la recia fortaleza donde el papa Benedicto XIII, ya anciano y con el peso que Europa le impuso como hereje y antipapa, pasó sus últimos días defendiendo su verdad hasta su último aliento.
Pero toda historia tiene un principio, un lugar donde nace. Y la historia del papa Luna, de Benedicto XIII, como se hizo llamar cuando le coronaron con la tiara papal, o de Don Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor, como le bautizaron allá por las primeras décadas del siglo XIV, se ubica en un pueblo aragonés de robusta y poderosa estampa que custodia las vivas y frescas aguas del río Aranda y que es vigía de las estribaciones de la Sierra del Moncayo. Es Illueca.
El hombre que se mantuvo en sus trece
Benedicto XIII fue todo un humanista. Su cuna nobiliaria y sus estudios le hicieron ser cardenal, jurista, diplomático y, finalmente, elegido papa —aunque no reconocido por Roma—. Fue el único que no aceptó la renuncia durante el Cisma de Occidente, cuando Europa llegó a tener hasta tres pontífices simultáneos. Su terquedad legendaria, por mantener su legitimidad, dio origen a una de las frases más populares del castellano: “mantenerse en sus trece”. El origen es literal, pues nunca llegó a abdicar como papa, y firmaba sus documentos con la frase “En sus trece” y el sello papal.
Mural de Benedicto XIII en las calles de Illueca
El palacio donde nació el papa Luna
Lo primero que ve el viajero cuando se acerca a Illueca es la imponente silueta del castillo-palacio de los Luna que domina todo el paisaje. Fortaleza y mirador, una declaración de poder mandado construir por una de las familias más influyentes y poderosas de Aragón.
Primero fue castillo defensivo que fue derivando en un palacio de refinada elegancia, donde los ecos del arte mudéjar y las influencias italianas dialogan en muchas de las salas que pueden visitarse. Traspasar su portada de estilo toscano es adentrarse en un universo donde conviven frisos góticos, techumbres de madera labrada y yeserías geométricas de sabor andalusí.
El Salón del Protocolo o Sala Dorada está decorado con un rico artesonado de madera policromada. En él se entrelazan estrellas, lazos y motivos vegetales, junto con el escudo heráldico de la familia Luna y son el mejor ejemplo de la mezcla de culturas que definió a la Corona de Aragón. Mientras que la conocida como Sala de la Alcoba, algo más austera, es donde nació el personaje más ilustre de este valle zaragozano.
Vista del castillo desde el río.
El rocambolesco destino de la calavera del papa Luna
Otra de las salas de este palacio es la que se conoce como Sala del Mausoleo, fue capilla y donde Benedicto XIII dispuso ser enterrado. Pero sobre él había un maleficio que parece estar cumpliéndose. Muchos fueron los que intentaron que desistiera de su tozudez aragonesa y devolviera la tiara papal, entre ellos San Vicente Ferrer. Como no lo consiguió al despedirse le dijo. "Para castigo del orgullo del papa Luna, algún día, con su cabeza jugarán los niños a modo de pelota", curiosa forma tuvo el santo valenciano de sentenciar que Benedicto XIII nunca hallaría reposo, ni siquiera muerto.
Tras su fallecimiento, su cuerpo fue venerado por fieles, apaleado por clérigos y ocultado entre paredes para que nadie pudiera rezar ante él. Fue tirado al río Aranda por las tropas napoleónicas, y sólo se rescató su cráneo. Este resto óseo fue robado hace unos años por unos jóvenes pidiendo un rescate de un millón de peseta. E incluso sigue sin reposo a día de hoy, pues Illueca y el pueblo vecino de Sabiñán (donde se guarda hoy el cráneo) están a la gresca por la posesión de tan antipapa reliquia.
El alma mudéjar de Illueca
Illueca no vive solo de su pasado papal. Pasear por sus callejuelas medievales, empinadas y retorcidas, es descubrir la trama urbana de su antigua aljama la cual conserva el aire de un laberinto histórico donde convivieron cristianos, musulmanes y judíos. Al pasear por esta Illueca histórica se despliegan palacios barrocos como la Casa de los Saldaña, de recia figura, junto a murales contemporáneos que recrean al insigne Hijo Predilecto de Illueca o trampantojos sobre cómo era este pueblo siglos atrás.
Casa de los Saldaña
La iglesia de San Juan Bautista, construida en ladrillo y tapial, es un excelente ejemplo del mudéjar aragonés. Está ubicada justo debajo del castillo y destaca por su esbelta torre y por las yeserías barrocas de su interior.
Artesanos zapateros del Moncayo
Tras las piedras históricas, late una Illueca moderna, industrial y orgullosa de su saber hacer. Las aguas del río Aranda fueron las elegidas para la instalación de diversos talleres de curtidos de piel, convirtiéndose en una seña de identidad desde hace siglos y siendo proveedores de buenas pieles curtidas a toda la península. La artesanía del cuero evolucionó hacia la del calzado, que hoy es el motor económico de toda la comarca. El prestigio artesano de Illueca y del Valle del Aranda se puede ver en el Museo del Calzado que hay en la cercana Brea de Aragón, donde se cuenta la historia y el devenir de esta artesanía.
Cada 25 de octubre, durante las fiestas de San Crispín y San Cipriano, patronos de los zapateros, los vecinos rinden homenaje a su oficio con una ofrenda singular de zapatos a los pies de la imagen de los santos.
Un dulce con historia: el pastel del papa Luna
La gastronomía de Illueca refleja el alma recia de Aragón. Migas del pastor, caldereta de cordero, ternasco asado y las siempre presentes tortas de aceite llenan las mesas de sabor y memoria. Pero entre todos los platos destaca uno que une leyenda y dulzura: el Pastel del papa Luna.
Pastel del papa Luna
La historia cuenta que, en 1418, ya anciano y enfermo, el pontífice fue víctima de un intento de envenenamiento por parte de dos sirvientes, que quisieron eliminarlo mezclando veneno en su postre favorito: un bizcocho de cidra confitada. Un dulce medieval de sabor amargo. Sobrevivió, pero la anécdota quedó grabada en la memoria colectiva.
Siglos después, el maestro pastelero Alfonso del Río, del obrador La Granja en Illueca, recuperó esa historia y la transformó en una receta exquisita: bizcocho esponjoso, almíbar suave y un relleno cremoso de limón y cidra cocida hasta perder su amargor. La media luna de chocolate que lo corona es guiño heráldico al papa Luna. Un bocado que, como el propio Benedicto XIII, es fuerte, complejo y con un punto de misterio.
Paseos por el Aranda y la ruta del papa Luna
La parte baja del pueblo, donde se ubica el puente viejo o medieval que cruza el río Aranda, es el punto de partida ideal para descubrir el entorno natural del Valle del Rio Aranda. Desde allí parte la Ruta del papa Luna, un sendero con dos variantes: una de 26 kilómetros, unas seis horas de caminata, y otro más corto, de 17 km. Según cuál se elija, se atraviesa la Sierra de la Virgen, se asciende al Pico Cabrera o se adentra uno en el Alcornocal de la Umbría, el único bosque de alcornoques de Aragón.
Puente medieval sobre el río Aranda
El paisaje que recorre estos senderos revela la cara más secreta y desconocida del magno Moncayo. Unos caminos bordeados por almendros y olivos y que ofrecen unas panorámicas maravillosas de Illueca y el valle.
Imágenes | Luis Ulargui