Si quieres conseguir un brownie súper cremoso y brillante, no te saltes este paso

La leyenda cuenta que el brownie surgió cuando una pastelera de Boston olvidó echar levadura química al pastel de chocolate que estaba preparando, aunque no hay pruebas que refuten esta historia. Sea como sea, sabemos que este chocolatoso dulce típicamente estadounidense tiene una textura más densa y compacta, pero no hay nada peor que un brownie mazacote y que encima esté seco.

Cierto es que la textura y el sabor depende del gusto particular, pero un buen brownie debe saber a intenso chocolate, ofrecer una miga interior húmeda y sabrosa que no se desmigaje, sin ser una argamasa incomestible y una ligera corteza exterior con acabado brillante. Y para lograrlo hay un paso en toda receta que no nos podemos saltar.

Por suerte, es además una de las técnicas más fáciles a la hora de elaborar una masa de repostería, sin tener que usar la batidora, un robot o unas varillas manuales. Y tiene otra ventaja: no hace falta acordarse de sacar la mantequilla del frigorífico o aplicar trucos para atemperarla rápidamente.

El paso en cuestión es derretir esa mantequilla con el azúcar o los azúcares, y añadiendo también, por lo general, el cacao en polvo y/o el chocolate a fundir. Hay que hacerlo con cuidado, a fuego lento y bajo, removiendo suavemente, para evitar que hierva y que se agarre al fondo o la mezcla se queme. Tardaremos el tiempo que necesitemos en fundir por completo todo el azúcar, que no debe dejar rastros de sus gránulos.

Una vez derretido todo en una mezcla líquida homogénea, solo hay que dejar que se enfríe un poco mientras continuamos preparando la masa con los ingredientes secos o forrando el molde. Eso sí, no hay que tardar mucho para que no vuelva a solidificarse.

Si respetamos la receta de brownie que estemos usando, aplicando este paso previo y controlando muy bien la temperatura del horno, lograremos un dulce cremosísimo, homogéneo y muy sabroso, con todos sus ingredientes perfectamente integrados.