Son miles los tractores que se han echado en las últimas semanas a las calles y carreteras de España para demandar lo que consideran justo. Detrás de estos mastodontes poco dados a las urbes hay una historia y una necesidad. En la mayoría de los casos, la historia no va a ser siempre la misma, pero la necesidad sí lo es.
Un relevo generacional impensable por rentabilidad y falta de oportunidades; un incremento de costes que se sumerge en una espiral inflacionista que ahoga a los primeros escalones de la pirámide; burocracias que lastran la llegada de las ayudas comunitarias; políticas hechas desde despacho exentas de sentido o sensibilidad y, en muchos casos de las dos opciones.
Los motivos del campo para estar cabreado son muchos, lógicos y entendibles. Sin embargo, allí donde nace una causa social (y esta lo es, aparte de económica) siempre habrá una intención de ciertos sectores de la política de capitalizarla y hacerla propia.
No es nuevo y también es lógico, pues enfocar el cabreo de muchos e intentar rentabilizarlo lleva siendo el leit motiv de la política desde tiempos inmemoriales. A veces con justicia, pero otras veces desde un carácter advenedizo que pasa por colocarse medallas que no corresponden. O, incluso, por ser los primeros en subirse en el barco —tractor en este caso— para decir "estamos con vosotros".
No obstante, es de ciegos comprobar que no había sesgos políticos de serie en las organizaciones agrarias que conforman parte de las manifestaciones. Asaja, tradicionalmente, ha tenido posiciones más conservadoras, lo cual no significa que todos sus 200.000 afiliados lo sean.
Algo que también sucede con UPA —Unión de Pequeños Agricultores—, con mucha presencia en el sur de España y muy asociada también al sindicato UGT y, por tanto, a la izquierda. Aunque hay organizaciones más transversales como COAG, lo cierto es que estas organizaciones también tienen una raíz o una ramificación política, según se mire.
A ello hay que sumar que las protestas, igualmente por su amplitud, no son monocordes, especialmente en lo que tiene que ver con la Unión Europea. La mayor parte de las protestas se enfoca en la dificultad de acceder a las ayudas de la PAC y a la compleja burocracia que se ha de resolver.
Tampoco se queda atrás una visión proteccionista, demandada a las instituciones comunitarias, para que vele por los derechos del productor interno, especialmente cuando hablamos de importaciones de terceros países con otros métodos de producción.
El problema, como siempre que hay una causa social detrás, es que en estas reivindicaciones del agro no se puede hablar de un solo color. Si algo ha demostrado el campo español desde tiempos inmemoriales es que no es monocromático y, sobre todo, es enormemente transversal.
Una realidad que ahora está empezando a generar reflejos, a medida que las protestas se vuelven más masivas, y que desde la política y sus altavoces mediáticos se intentan modular para acomparlas a gusto del discurso del señor de traje de turno.
Sistematizar en torno a orientaciones políticas las protestas es un flaco favor a la protesta en una sociedad que cada vez más se sumerge en una polarización donde las ganas de hacer buenos o malos, especialmente a nivel mediático, siempre acaban brotando como mala hierba para desacreditar o ensalzar, según el tinte que convenga al partido, sindicato o medio de turno.
Por eso, comprar un discurso que hable de la forma y no del fondo de la cuestión es desprestigiar una causa que debía llevar mucho más tiempo sobre la mesa, revistiéndola de nuevo de ventajismos que florecen en los escaños y que no son ni útiles para el campo. Y tampoco son agradables.
Motivo por el que debemos más que nunca ser capaces de separar el grano de la paja y comprobar cómo hay una realidad manifestada con vehemencia a la que prestar atención, por mucho que haya partidos políticos que pretendan subirse, y nunca mejor dicho, al tractor.
Imágenes | Marc Asensio/NurPhoto/Shutterstock
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