Roma es la ciudad con mayor número de iglesias católicas del mundo. Se estima que hay más de 900 repartidas por todos sus barrios, desde las zonas más turísticas hasta las más apartadas del centro histórico. Muchas de estas iglesias no solo tienen un valor religioso, sino también artístico, arquitectónico e histórico.
La Basílica de San Pedro en el Vaticano, con su cúpula diseñada por Miguel Ángel, es probablemente la más emblemática. Santa María la Mayor, con sus mosaicos paleocristianos, o San Juan de Letrán, catedral oficial del Papa, son también puntos clave en el recorrido de cualquier visitante interesado por el patrimonio eclesiástico.
Pero entre este mar de iglesias, hay una que destaca no tanto por su tamaño o por la fama de sus reliquias, sino por un curioso engaño visual. Se trata de la iglesia de San Ignacio de Loyola, una joya barroca dedicada a un santo español que dejó una huella profunda en la historia de la Iglesia.
Esta iglesia es famosa por tener, literalmente, una de las cúpulas más falsas de Italia. Falsa entre comillas, claro, porque lo que parece ser una grandiosa cúpula elevada es en realidad un techo completamente plano. El efecto es tan convincente que muchos visitantes solo se dan cuenta del truco cuando se lo explican.
La singularidad de la iglesia de San Ignacio de Loyola (Roma)

La iglesia de San Ignacio de Loyola se encuentra en pleno centro de Roma, muy cerca del Panteón, en la Piazza di Sant’Ignazio. Fue construida entre 1626 y 1685 como iglesia anexa al Collegio Romano, una institución educativa dirigida por los jesuitas.
El arquitecto encargado del proyecto fue Orazio Grassi, un matemático y astrónomo que también era sacerdote jesuita. La orden de construir este templo vino tras la canonización de Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, que fue declarado santo en 1622. Dedicársela a él fue un modo de rendir homenaje a su figura y a la misión educativa de su orden.
A primera vista, San Ignacio de Loyola no parece muy distinta de otras iglesias barrocas romanas. Tiene una fachada elegante, aunque algo sobria si se compara con otras del mismo periodo. Pero una vez se entra, todo cambia.

El interior está ricamente decorado con mármoles de colores, estucos dorados y frescos de grandes dimensiones. El gran protagonista, sin embargo, no es el techo de la nave central (también con un trampantojo que da la sensación de profundidad), sino el remate final donde la obra de arte ilusionista en cuestión deja a más de uno boquiabierto.
El responsable de esta maravilla visual fue Andrea Pozzo, un artista jesuita experto en perspectiva. Lo que pintó no fue solo un fresco, sino una ilusión óptica cuidadosamente diseñada. Usando las técnicas del trampantojo, Pozzo logró crear la sensación de que la nave se prolonga hacia el cielo con una gran cúpula que en realidad no existe.
El techo es completamente plano, pero desde el punto de observación correcto —indicado en el suelo con un disco de mármol— la perspectiva engaña al ojo de forma perfecta. Figuras que parecen esculturas flotan en el aire, columnas inexistentes se alzan hacia una falsa claraboya y la luz parece venir de un cielo que solo existe en la imaginación del pintor.

Sin embargo, lo que se ve hoy no es la obra original de Pozzo. En el siglo XIX, un incendio dañó gravemente los frescos. Durante la restauración, se optó por recrear con la máxima fidelidad posible el diseño original, respetando tanto el esquema de perspectiva como los colores y los motivos iconográficos. La restauración fue tan minuciosa que sigue siendo difícil detectar que no se trata del fresco original.

Visitar la iglesia de San Ignacio de Loyola es una experiencia sorprendente. Uno puede pasar un buen rato intentando descubrir cómo está hecha la ilusión, caminando de un lado a otro de la nave para ver cómo cambia la perspectiva.
Además del techo, la iglesia alberga otras obras de arte, como la tumba de San Roberto Belarmino o el altar de San Luis Gonzaga, también santos jesuitas. La capilla de San Ignacio, en el lateral derecho, es otro punto destacado, con una escultura del santo y una rica decoración en mármol.
Imágenes | Turismo Roma / Gesuiti.it