Platos llenos a rebosar, sobras de comida que van directas a la basura, tripitir de un mismo plato, comer cinco postres, ponerse como el Quico y clientes que, en resumen, comen más por los ojos que por la boca: este es el panorama de la mayoría de buffets libres en cualquier rincón del mundo.
Ahora bien, lejos de lo que pueda parecer, estos restaurantes al antojo no son lastres económicos para sus dueños, sino que en realidad son opciones rentables para quien las regentan. De lo contrario, difícilmente existirían.
Esto es así gracias a una serie de trucos y estratagemas para que (casi) nada caiga en saco roto y todo quede bien amortizado a partir del momento en el que sale a exposición a las vitrinas para ser devorado.
Este tipo de restaurantes suponen un gran ahorro a las cadenas de hostelería en cuanto al personal, pues toda la tradición self service (que tan lamentablemente se está extendiendo por bares y restaurantes, también tiendas, de las ciudades españolas e internacionales) es un ahorro muy importante en trabajadores.
El hecho de no tener que contratar a un determinado número de camareros para atender a las mesas una por una permite ahorrar mucho en esta partida, que suele ser la más costosa en la financiación de cualquier negocio.
La disposición de la comida
Como sucede en los supermercados, la disposición de la comida no es aleatoria ni gratuita, sino que los platos que más llenan y que son más baratos de producir, como la pasta o el arroz, son los que se encuentran más a la vista y al alcance.
Esto compensa en parte las grandes cantidades de producto que sí tiran los comensales, y salva el producto comprado desde cocina. Es el clásico ejemplo de las croquetas hechas con sobras de pollo del resto de la semana, como se da con los menús en bares y restaurantes.
Límites fisiológicos
Por otro lado, se da un fenómeno muy particular y es que, aunque parezca que los consumidores comen ingentes cantidades de comida y tiran otras tantas, en realidad las cantidades no son tan desorbitadas.
De hecho, los buffets libres producen más sensación de comer sinfín que la que en realidad es, pues todas las personas, hasta las que tienen más gula, tienen evidentemente unos límites en la cantidad de lo que pueden comer.
La gula hace terminar antes
El formato buffet libre también tiene otro contratiempo muy bien pensado: las prisas y las ansias por comer y por qué se termine el siguiente plato que hemos fichado en la putivuelta gastronómica nos hace comer deprisa.
Estos nos hace llenarnos enseguida y terminar antes, lo que hará que ocupemos una mesa mucho menos tiempo y también que estemos menos tiempo paseando entre las diferentes opciones y nos hichemos antes.
Incomodidad
Otro elemento clave de los buffet es que, al final de todo, resultan muy incómodos para comer: no puedes entablar una conversación fluida con los demás por el constante ir y venir de cada uno.
Aparte, los platos sucios o medio llenos de restos se van acumulando a nuestro alrededor incriminándonos y haciéndonos sentir la incomodidad de falta de espacio (dentro y fuera de nosotros).
La bebida, aparte
La bebida se suele pagar aparte en la mayoría de buffets y es evidente que cuanto más traguemos más necesidad tendremos de líquido para digerir tal bolo alimenticio.
Sal de frutas Carmencita, 175 g (sabor limón)
Esto rompe la lógica del todo incluido que llevamos en ese momento en el cerebro y nos hace frenar en cierto modo porque no consideramos posible o normal haber gastado lo mismo en agua o en refrescos que en la comida misma.
Fotos | Israel França/Pexels, Vidal Balielo Jr./Pexels y Huy Phan/Pexels.
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