Con 92 años es una de las críticas gastronómicas más veteranas de España y tiene una opinión clara sobre los preparados de Mercadona

A sus 92 años, reivindica la mesa, la educación y el destierro de los móviles en la mesa

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Joana Costa

Editor

En un país donde cualquiera con una cuenta de redes sociales se siente crítico gastronómico, hay figuras que recuerdan de dónde viene realmente este oficio. Ymelda Moreno de Arteaga, 92 años, pertenece a esa generación que abrió camino cuando casi no había mujeres firmando reseñas de restaurantes. 

Según explica en una entrevista en El País, su trayectoria mezcla aristocracia, periodismo y mucha mesa, pero el título de reina madre de la crítica se lo ha ganado a base de trabajo y curiosidad, no solo por sus apellidos largos y un árbol genealógico plagado de títulos.

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Su historia arranca con un giro brusco: enviudó joven, con cinco hijos pequeños, en una época en la que muchas mujeres ni siquiera podían abrir una cuenta bancaria sin permiso del marido. Decidió entonces estudiar Ciencias de la Información y se formó junto a nombres como Arturo Pérez-Reverte, para acabar firmando sus primeras críticas bajo el seudónimo masculino de Zenón. 

Quería hacer, como ella misma explica, "cosas que hasta entonces solo hacían los hombres", y lo consiguió con una combinación de criterio firme y una educación en la alta cocina que venía de casa.

A partir de ahí, fue encadenando hitos: impulsó y coordinó la Guía Repsol, presidió la Cofradía de la Buena Mesa, formó parte de la Real Academia de Gastronomía y recibió el Premio Nacional

Pero cuando habla de su vida, no lo hace desde el pedestal, sino desde recuerdos tan domésticos como un puré de patata asociado a su infancia o esas sobremesas donde lo importante no era sólo lo que había en el plato, sino la conversación. Para Moreno, uno de los grandes platos de cualquier mesa es la compañía adecuada, por encima incluso de la sofisticación de la receta.

En esta entrevista, la crítica repasa su relación con la alta cocina, desde los palacios familiares a mesas míticas como Arzak o DiverXO. Cuenta que descubrió el restaurante de Dabiz Muñoz cuando aún no era un fenómeno global y que incluso fue invitada a su boda. 

Sobremesas en peligro

Pese a todo, mantiene una cierta distancia irónica con el boom gastro, al que compara con una afición más, como jugar al golf, que ha llenado de reservas dobles los turnos de comida y ha puesto en peligro las sobremesas eternas.

No se muerde la lengua al hablar de modales. Para ella, el mayor error que se puede cometer en la mesa es contestar el teléfono: lo compara con usarlo en el cine o en misa y sostiene que debería estar apagado durante la comida. Para ella, es más grave un comensal pendiente del móvil que un plato poco fotogénico que no encaja en los cánones de Instagram.

Su mirada sobre los platos preparados ha llamado la atención porque desmonta muchos prejuicios. Lejos de considerarlos un sacrilegio, afirma que los productos listos para comer de Mercadona no le parecen en absoluto una herejía gastronómica. 

Explica que compra algunas carnes y congelados de la cadena aunque reconoce que no se le ha ocurrido comprarlos, "pero no son ningún sacrilegio". "No suelo comprar precocinados porque no me hacen falta", explica.

Foto | RAG

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