Ir a un bar con un grupo grande siempre tiene su encanto, hasta que llega la hora de pedir la cuenta. Y es ahí donde la ilusión de compartir se convierte en pesadilla de cálculos y sonrisas forzadas. El hostelero tiktoker @abrigaca lo describe con agudeza en uno de sus vídeos.
A diario se vive desde la barra una realidad compartida por quienes juegan a ser amigos hasta que el camarero deposita la calculadora digital.
La persona que paga lo justo en ese momento es aquella que, sin buscarlo, termina cubriendo las bravas o una ensalada compartida entre todos. Nadie quiere relucir como el tacaño, pero ese “feliz contribuidor” termina cargando con lo que no ha disfrutado por completo. Un gesto incómodo que todos han tenido que encajar al menos una vez en su vida.
Tarifas no redondas
Una manera de proteger la fluidez del encuentro es una cuenta única, pero el pago digital ha contribuido a que sea dividida. Además, si algo rompe esta armonía, son las tarifas que no salen redondas, sumadas con la incomodidad de recalcular en voz alta justo cuando todos pensaban que ya estaban en paz.
De hecho, dividir la cuenta entre muchas personas suele generar importes decimales imprevisibles (salvo para los benditos que redondean para la propina).
@abrigaca Os leo!! Para mi, Más de 4 es imposible! #humor #viral #comedia #abrigaca #bar #camarero #mesero #mozo #hosteleria #restaurante @victorprous
♬ Inspire - Kidmada
Cuidado con las raciones de centro
Aquellos que pagan “lo suyo” individualmente lamentan no encontrarse cuando empieza el reparto. Las tapas compartidas, las cervezas mixtas o las raciones al centro son un formato social inherente, y dividir sin acuerdo previo genera fricción emocional.
En realidad, desde la perspectiva del hostelero, evitar cuentas divididas es racional: se reducen tiempos, errores y la sensación incómoda de estar cobrando de más. Pero claro, también se pierde flexibilidad para personas que solo tomaron una tapa o un refresco.
Foto | @abrigaca/Montaje
En DAP | La historia de ascenso y caída de Llaollao, y cómo su propia familia ha sido su principal rival