La Barcelona Wine Week, aunque no llegue al público final como tal, es la mayor feria del vino español. A pesar de su juventud, esta feria sectorial se ha consolidado en su cuarta edición con casi 1.000 expositores y más de 7.000 asistentes cada día. Cifras que han crecido respecto al año pasado y que, de nuevo, han aumentado en número de expositores y bodegas, pero también de concurrentes.
Tanto es así que, incluso, se tuvo que dejar de vender entradas y hubo, por momentos, algunas pequeñas colas de acceso. Sin embargo, la realidad de la feria es mucho más halagüeña: el vino español está de moda y es objeto de culto para el comprador internacional.
Traídos por distintas instituciones como Icex, la feria se ha llenado de importadores de países tan dispares como Estados Unidos, Alemania, China, Uzbekistán, Australia… Incluso franceses e italianos, dos países donde tradicionalmente entrar con vino español era poco menos que un vía crucis.
Y, sin embargo, el vino español no está entrando sólo como siempre. Con fama de vinos tintos, con estructura y, en términos generales, con perfiles de madera. Es decir, vinos clásicos, la new wave del vino español también ha dejado barridas las orillas de la Barcelona Wine Week.
Eso no quita que, además, coincidan y coexistan de manera armónica las grandes bodegas con bodegas de tamaño más reducido, incluso las artesanas, que tienen su propio espacio en una feria que apunta en todas las direcciones.
Más allá de los grandes clásicos, hay una realidad que, además, tiene un componente muy marcado por el consumidor internacional: menos alcohol, vinificaciones alternativas y vinos de autor.
A veces coexiste todo al mismo tiempo, pero lo cierto es que lo que se cuenta del vino está influyendo mucho más ahora que hace unos años, dejando atrás ciertos mitos como los vinos con estructura y mucho cuerpo, que habían sido también la especialidad española, adaptada a gustos que también el cliente internacional y las guías pedían hace 25 años.
Lo cierto es que parte de la Barcelona Wine Week, en especial en sus ponencias y catas, es que se han buscado perfiles de vino y comunicaciones mucho más modernas. Recipientes singulares como foudres, bocoyes, huevos de granito, ánforas o tinajas, es decir, cambios en cómo se hace el vino para conseguir que sea más ligero y menos amaderado, empiezan a ser la tónica general del cambio.
Como también lo es el interés por el cultivo ecológico y biodinámico, también una ola que empieza a ser necesaria si el vino español quiere entrar en determinados mercados internacionales que premian y exigen lo ecológico y lo sostenible. A veces incluso por encima de la calidad.
No es una novedad, pero sí es una tendencia. Como también es tendencia que las apuestas sean de gente más joven que se vuelve a los pueblos y retoma el testigo, especialmente de abuelos. Un discurso familiarista que cuaja entre los compradores que no solo buscan grandes vinos, sino grandes historias detrás.
Lo que tampoco quita que siga habiendo fuerza de los vinos que tiran del carro del vino español. Cava, Rioja, Ribera del Duero o Priorat siguen en una línea ascendente de crecimiento internacional, pero también ganan margen denominaciones de origen más pequeñas y no tan conocidas para el público extranjero.
Lo cierto, con los datos en la mano, es que la Barcelona Wine Week ha cerrado 2024 con los mejores registros de su historia y con una intención de ampliar espacio en 2025, pues las previsiones de crecimientos son potentísimas, como explicaron en una rueda de prensa. De hecho, todos los stands de expositores ya se habían vendido a finales de junio de 2023, apenas cuatro meses después de haber abierto los slots de venta.
Imágenes | Barcelona Wine Week
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