El vino navegado chileno es una bebida que aparece en cuanto llega el frío, sobre todo en el sur del país. Su nombre tiene un origen curioso: se dice que proviene de los tiempos en que el vino se transportaba por los ríos del sur en pequeñas embarcaciones. Durante esos viajes, el movimiento del bote y los cambios de temperatura hacían que el vino “navegara” y se mezclara con los aromas de las frutas o especias que se añadían para conservarlo. De ahí habría surgido el nombre con el que hoy se le conoce.
Aunque recuerda al vino caliente que se toma en Europa central, el navegado tiene su propia identidad. Lleva menos especias y se apoya en el sabor fresco de la naranja y el toque cálido de la canela. Solo necesitas vino tinto, clavos de olor, canela en rama, naranja y un poco de azúcar. Todos ingredientes sencillos y fáciles de conseguir.
Prepararlo no tiene ningún misterio. Solo hay que poner todo junto en una olla y calentarlo despacio, sin dejar que hierva con fuerza, para que las especias hagan su trabajo. Poco a poco el vino se va impregnando de los aromas de la canela y el clavo, y la naranja le da ese perfume fresco que equilibra lo dulce del azúcar.
Hay quienes al final lo flambean, es decir, prenden fuego al vino caliente para que el alcohol se queme. Esa versión queda un poco más dulce, con un aire más cercano a un ponche. Pero si prefieres que conserve su fuerza y el sabor del vino, basta con no hacerlo. Ambas formas son igual de tradicionales, solo depende de lo que te apetezca. Cuando está listo, se cuela y se sirve bien caliente, en tazas o vasos resistentes.
Con qué acompañar el vino navegado chileno
El vino navegado pide algo casero al lado. En el sur de Chile es común tomarlo con sopaipillas pasadas, que son pequeñas masas fritas bañadas en chancaca caliente, o con calzones rotos, esos dulces fritos tan típicos del invierno. También combina genial con una empanada de jamón y queso, si prefieres algo salado.
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