¿Quién no recuerda ese mítico bocata del recreo que amenizaba las mañanas de cole a la hora del almuerzo? Bocadillos, sándwiches y emparedados varios que también nos podían acompañar en la merienda entre las horas de juego o llevábamos en la mochila a excursiones y pequeños viajes. Todos teníamos uno favorito, y seguro que muchos aún recuerdan con nostalgia el mítico bocadillo de chocolate.
Era un poco la versión casera del Bollycao, aunque su invención precede al pastelito de Panrico -más tarde, de Bimbo- y cualquier otro producto industrial. Aún no había tanta conciencia por los ultraprocesados y quedaba mucho para que la obsesión por la comida saludable se volviera tendencia, pero incluso entonces nuestras madres eran reacias a darnos pan con chocolate demasiado a menudo. Era algo más ocasional y especial, salvo para unos pocos privilegiados, la envidia del patio de recreo.
El aura mágica de aquel bocadillo es algo universal que también han heredado grandes chefs como Martín Berasategui, quien no ha dudado en incluirlo en uno de sus libros más recientes, Las 1150 recetas definitivas (Grijalbo, 2019), donde nos da una receta en el capítulo dedicado a bocadillos y emparedados. Eso sí, una receta más adulta y actualizada, con un toque de chef que hará saltar las lágrimas a más de uno. Por nostalgia y por puro placer, pues Berasategui combina el chocolate con queso.
Para su bocadillo de chocolate, el chef recomienda usar un bollo de pan de semillas, media tableta de chocolate negro con mínimo de 70% de cacao, cuatro lonchas de un queso que funda con facilidad, y un poco de aceite de oliva virgen extra y sal en escamas.
Solo hay que abrir el pan en dos mitades, tostarlo ligeramente con el gratinador del horno, poner el chocolate en una de las mitades y dejar que se empiece a fundir, sin perder la forma de las onzas de la tableta. Entonces se rocía con aceite de oliva y se añade sal en escamas, mientras que se coloca el queso en la otra rebanada de pan, dejándolo de nuevo gratinar hasta que se tueste y funda.
Y solo queda unir las dos rebanadas bien calientes y devorar con fruición; con cuidado, como indica el propio Berasategui, de no quemarnos el paladar -ni de quemar antes el chocolate con el gratinador, pues amargaría-. Un placer adulto que nos hará sentir como niños.
Imágenes | Martín Berasategui