Después de un sueño reparador y de dar buena cuenta de un desayuno con bolo rei, buen café y otros manjares, salimos a la calle para traeros otra jornada de turismo gastronómico en Lisboa. Personalmente, me gusta probar la cocina propia de aquellos lugares que visito, pero es bueno saber que en Lisboa también podemos encontrar una buena oferta de cocina internacional, que en el caso de estar varios días en la ciudad y querer variar un poco el menú o simplemente ir a lo fácil, se agradece.
En el anterior post ya os hablé de mis desagradables sensaciones en la Rua das Portas de Santo Antao, la verdad es que me hubiera gustado poder escoger con calma cualquiera de los restaurantes que pueblan esa populosa calle, en la que se podían ver restaurantes de cocina india, marisquerías, cocina del Alentejo, cervecerías, y para terminar la ruta, girando por Rua dos Condes y llegando a Praça dos Restauradores, comida estadounidense, en un gran edificio en el que está emplazado el Hard Rock Café.
También encontramos en nuestro paseo los consabidos restaurantes chinos, imprescindibles y omnipresentes en cualquier ciudad. Otra opción rápida, casi para comer sobre la marcha, es la que ofrecen los establecimientos turcos, en los que los kebab se despachan con alegría.
En la Baixa, en las calles que cruzan la Rua Augusta, hay terrazas en las que tomar platos del día. Con buen tiempo, como era el caso, es agradable dejarse caer en una de ellas y comer mientras se observa el devenir de las palomas, auténticas rastreadoras de restos, que pasean bajo las mesas en busca de alimento. Nosotros decidimos comer en La Campesina, en la Rua de Sao Nicolau, mientras nos envolvían el trajín de la calle, los músicos ambulantes, las palomas y el humo de las castañas asadas.
Allí la oferta es rápida y sencilla. Sandwichs y ensaladas, en una carta estructurada para que al turista le sea fácil escoger, con imágenes y en varios idiomas. Tomamos dos combinados de ensalada y sandwich, uno de cerdo y otro de cochinillo, que a quien escribe le sentaron de maravilla. Diez euros por cabeza, con dos jarras de cerveza, y un café delicioso en taza de porcelana, con su crema y su canesú.
Para ver y dejarse ver, disfrutando del sol y el bullicio de la calle mientras se toma un café o un refresco, hay cafés de los de siempre, como el Nicola, el Jerónymo, un cofee shop en la línea de las cadenas de cafés actuales, o la Pastelaria Suiza, todos ellos entre la Praça da Figueira y la Praça de Dom Pedro IV. Más lejos, en la Rua Garret, en el Chiado, está A Brasileira, un café que merece la pena visitar.
Alejándonos del centro llegamos a Belém, donde pudimos dar cuenta de las enormes colas que se forman ante la Antiga Casa de Pastéis de Belém. Aquí se venden los pastéis de nata según la receta original. Dicen quienes los han probado que la diferencia es notable. Nosotros no pudimos hacerlo, por lo cual no daremos opinión al respecto, pero doy fe que en pocos minutos (mientras hacía unas cuantas fotos) lo que era un pequeño grupo de gente se convirtió en una serpiente de turistas ávidos de pastéis de Belém.
Son muchas las posibilidades gastronómicas que ofrece Lisboa, visitar alguno de sus mercados, disfrutar del fado durante la cena… estas cuestiones quedan pendientes para próximos posts. Ahora, con vuestro permiso, voy a poner los pies a remojo mientras me relamo con un bolo de arroz y la luna de Lisboa me canta al oído…
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