Las toallas no se manchan a simple vista, pero eso no las hace limpias. A diferencia de la ropa, que acumula manchas visibles, las toallas absorben humedad, células muertas y restos microscópicos que convierten su tejido en un festín para las bacterias.
El problema no es solo de higiene, sino también de olor. Una toalla mal ventilada puede oler mal aunque se haya usado poco. Y en muchos casos, ese olor persiste incluso después del lavado si no se ha eliminado el origen: la proliferación microbiana.
Según recomendaciones de marcas como Sanytol, lo recomendable es lavar las toallas cada dos o tres días, especialmente si se usan en ambientes húmedos, sin ventilación o no se secan al sol.
Hay casos que requieren aún más atención: por ejemplo, si alguien en casa está enfermo, si se usa una misma toalla para varias personas o si se trata de toallas pequeñas como las de bidet. En esas situaciones, el lavado debe ser diario o cada 48 horas.
Cabe decir que las fibras naturales como el algodón 100% son más higiénicas, aunque también tardan más en secar. Lo ideal es tenderlas extendidas y al aire libre. Si huelen mal incluso después del lavado, puede que necesiten una desinfección profunda.

Para ello se recomienda el uso de desinfectantes textiles sin cloro, o lavarlas a altas temperaturas con un chorrito de vinagre blanco o bicarbonato. Además, nunca debe guardarse una toalla húmeda ni dejarse en cestos de ropa sin secar. También conviene evitar que se toquen entre sí si no están bien secas, ya que pueden transferirse humedad y malos olores.
En cualquier caso, las toallas requieren más atención de la que se les suele dar. No basta con que parezcan limpias: deben estarlo. Y para eso, la frecuencia del lavado, el secado adecuado y el uso de productos desinfectantes son clave para mantener la higiene y el buen aroma.
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