La tentación es real: platos recién usados, poco tiempo, una luz carísima y el botón milagroso que promete dejarlos limpios en treinta minutos. Pero el ciclo exprés del lavavajillas, aunque suene práctico, no es tan inocente como parece. Usarlo como programa habitual puede traer más inconvenientes que beneficios.
La primera gran limitación es la temperatura. Este ciclo funciona con agua menos caliente para ahorrar tiempo, lo que significa que no elimina bien la grasa ni desinfecta adecuadamente. Resultado: platos que salen visiblemente sucios o con restos de jabón o de comida.
Además, como el tiempo es más corto, el secado también es deficiente. Los vasos salen empañados, los cubiertos con gotas y los tuppers mojados. Eso obliga a repasarlos a mano o a dejarlos secando fuera, con lo cual el supuesto ahorro se convierte en doble trabajo.
Otro problema es que el ciclo exprés no está pensado para cargas completas. Si lo usas con el lavavajillas lleno, el rendimiento baja y lo más probable es que tengas que repetir el lavado. Y si lo usas con poca carga, malgastas agua y energía. En ambos casos, la eficiencia desaparece.
La recomendación de los fabricantes suele ser clara: reservar este programa para ocasiones puntuales, cuando se necesita rapidez, con vajilla poco sucia y en pequeñas cantidades. Para el uso diario, mejor optar por ciclos eco o normales, que lavan a fondo y consumen menos.
Un desgaste importante
Además, el uso excesivo del ciclo exprés puede acortar la vida útil del aparato. Algunos componentes no están pensados para soportar cambios de temperatura tan frecuentes en poco tiempo. Es un desgaste invisible, pero constante y acumulativo.
En cambio, la mejor opción es usar el ciclo eco, aunque tarde más: gasta menos agua y electricidad, y deja los platos realmente limpios. Si necesitas lavar rápido, lo ideal es preaclarar a mano y no sobrecargar el lavavajillas. Así al menos reduces el impacto de un programa pensado para emergencias.
Si bien el ciclo exprés es útil, no para todos los días. Es como comer pizza congelada: funciona en un apuro, pero no debería ser la norma. Tus platos —y tu lavavajillas— te lo agradecerán si alternas con programas más equilibrados y eficientes.
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