Plasencia atrapa al viajero desde el primer paseo por sus calles empedradas, donde la muralla medieval aún dibuja un abrazo de piedra alrededor del casco histórico. A medio camino entre la monumental Cáceres, de la que la separan apenas 80 kilómetros, y los paisajes abiertos del norte extremeño, la ciudad se presenta como un destino lleno de contrastes.
Lo mismo invita a perderse entre catedrales y plazas animadas que a buscar un respiro en alguno de sus parques a orillas del Jerte. Su tamaño manejable y su ambiente cercano la convierten en una escapada perfecta para saborear sin prisas, ya sea en una mañana soleada de invierno o en un atardecer cálido de verano.
Desde Madrid, el viaje se resuelve en algo más de dos horas y media por carretera, tiempo suficiente para dejar atrás la rutina y aterrizar en un escenario que combina historia y vida cotidiana.
Plasencia no es solo un catálogo de piedras antiguas: es el rumor de las terrazas en la Plaza Mayor, el aroma de la torta del casar recién cortada y la promesa de una naturaleza desbordante a un paso del centro. Porque aquí el patrimonio se funde con el paisaje, y la cercanía al Parque Nacional de Monfragüe convierte cualquier visita en un plan redondo.
Más allá de sus plazas y palacios, Plasencia guarda un secreto que multiplica su atractivo: la cercanía al Parque Nacional de Monfragüe. Apenas veinte minutos de carretera separan las callejuelas del casco antiguo de los miradores donde sobrevuelan buitres negros y alimoches, donde los encinares se mezclan con roquedos y gargantas.
Esa combinación entre patrimonio y naturaleza convierte a la ciudad en una de esas paradas que no solo se visitan, sino que se recuerdan mucho después de haber vuelto a casa.
Mirador del Salto del Gitano, en el Parque Nacional de Monfragüe.
El origen de Plasencia, allá por 1186, tiene algo de relato épico. Alfonso VIII la fundó como plaza fuerte en un territorio disputado, y desde entonces la piedra ha sido su lenguaje más elocuente. Murallas, torreones y templos recuerdan ese pasado de frontera, mientras que los palacios levantados por linajes nobles hablan de épocas de esplendor. Pasear hoy por el centro es, en cierto modo, recorrer una crónica viva que se despliega en cada esquina.
Las fiestas completan el retrato de la ciudad con un pulso alegre y profundamente arraigado. El Martes Mayor, cada agosto, transforma las calles en un gran mercado al aire libre, donde los productores de la comarca exhiben frutas, embutidos y artesanías entre música y color en una ciudad que además ha combinado culturas desde tiempos inmemoriales.
Mañana: la Plasencia sacra
El recorrido por la mañana puede comenzar en la Plaza Mayor, centro neurálgico de la ciudad y punto de partida perfecto para orientarse. Desde aquí, el viajero tiene a mano las dos catedrales que definen la personalidad monumental de Plasencia.
Fachada de la catedral antigua de Plasencia.
La Catedral Vieja, de estilo románico de transición al gótico, data del siglo XIII y conserva un claustro de gran belleza. Junto a ella, la Catedral Nueva, levantada en el siglo XV, despliega un imponente retablo mayor de Gregorio Fernández y un interior que sorprende por su luminosidad. La entrada conjunta ronda los 4-5 euros y se recomienda reservar al menos una hora para recorrer ambas.
Catedral nueva de Plasencia.
Siguiendo el trazado de las calles estrechas, no tardan en aparecer otras joyas religiosas. La Iglesia de San Nicolás, con su portada románica, o la Iglesia de San Esteban, con un valioso artesonado mudéjar, invitan a detenerse en su interior y a apreciar cómo la ciudad refleja en sus templos la diversidad de estilos que fueron llegando a lo largo de la historia. La mayoría de estos espacios se encuentran abiertos en horario de mañana y su acceso es gratuito.
Fachada de la catedral nueva de Plasencia.
Un poco más alejada del núcleo central, pero accesible a pie, está la Ermita del Calvario, que ofrece además un mirador privilegiado sobre la ciudad y el entorno natural.
Iglesia de San Martín. ©Turismo de Plasencia.
Conviene llevar calzado cómodo, ya que el ascenso requiere algo de esfuerzo, pero la panorámica compensa la caminata. Otro punto interesante es la Iglesia de San Martín, vinculada a cofradías históricas de la Semana Santa placentina.
El impresionante Retablo Mayor de la catedral nueva de Plasencia.
Para quienes prefieran un plan alternativo, es posible sumarse a una visita guiada centrada en el patrimonio sacro de Plasencia. Estas suelen partir de la Oficina de Turismo y tienen una duración aproximada de dos horas, con un precio en torno a los 10 euros por persona, en función de si somos grupos. La ventaja es que se profundiza en anécdotas históricas y detalles arquitectónicos que pasan desapercibidos en una visita por libre.
Comida: gastrobares, tapas y sorpresas
Canelón de rabo de toro. ©Martina Bistró.
El casco histórico de Plasencia está salpicado de plazas, incluida la Plaza mayor, donde vas a encontrar bares y restaurantes, pero aquí os recomendamos, además, que aprovechéis la coyuntura y salgáis del puro centro y os dejéis caer por las calles y rincones aledaños como la Plaza Ansano o la Plaza San Nicolás.
En Plasencia, además, esa cultura de barra se palpa en bares de toda la vida y en una colección de gastrobares que, a pesar de lo dinamitado del nombre, merece la pena descubrir.
Terraza de El Rincón de Amador.
Si te gusta el queso, una buena parada para tomar algo y llevarte un souvenir es la quesería Amado Charra, que cuenta con un pequeño espacio de cheesebar en el que probar algún vino, tomar una cerveza y deleitarte con una tabla de quesos, la mayor parte de ellos locales.
También gastrobar, aunque con más mimbres, vas a encontrar El Rincón de Amador, un espacio todoterreno con barra, terraza con vistas, mesas altas, sala y una carta enorme que lo mismo sirve para un picoteo de ibéricos y croquetas como para sentarte a comer chuletas y carnes a la brasa. Muy recomendable.
Calamar a la parrilla. ©El Rincón de Amador.
Algo más discreto, pero a buen precio y frecuentado por los jóvenes –y no tanto– de Plasencia es el Bari, un restaurante que ha ido modulando su oferta hacia una cocina más moderna, con algunos detallitos orientales, y que tiene buen ambiente y precios comedidos.
Sin embargo, una de las mejores sorpresas de Plasencia es encontrar que en su estación de autobuses aparece un restaurante con todas las letras. Martina Bistró es su nombre y es la parte más 'formal' de la Parada de la Reina.
Molleja de ternera a la brasa, tupinambo y pisto al oloroso. ©Martina Bistró.
Si bien ya hay que salir del casco histórico, merece la pena darse el paseo para ver un restaurante que se ha ido esmerando en dar mejor calidad y mejor servicio desde el año 2012, al punto de que tienen buenos arroces, buenas carnes y detalles modernos que son bien recibidos como tatakis y tartares. Un lujo de sitio con una carta de vinos a la que también prestar atención y que, incluso, tiene un Recomendado de Guía Repsol.
Tarde: palacios, museos y juderías
La segunda parte del día se puede dedicar a recorrer la Plasencia civil y nobiliaria, que se despliega en forma de casas señoriales, palacios y museos. Un buen punto de arranque es el Palacio del Marqués de Mirabel, un edificio renacentista del siglo XV que combina elementos góticos y platerescos. En su interior se encuentra una valiosa colección privada y, aunque la visita es parcial, el patio porticado y la escalera monumental merecen la pena.
Palacio del Marqués de Mirabel.
No muy lejos se localiza el Palacio de Carvajal-Girón, convertido hoy en un hotel, lo que permite al visitante acceder a algunos de sus espacios interiores y admirar cómo la arquitectura palaciega se ha adaptado a nuevos usos.
Palacio Episcopal. ©Turismo de Plasencia.
En un estilo similar se encuentran el Palacio de los Monroy, conocido también como Casa de las Dos Torres, y el Palacio Episcopal, ambos testigos de la importancia que tuvo la nobleza en la ciudad durante la Edad Moderna.
Palacio de Carvajal-Girón. ©Turismo de Plasencia.
Tampoco conviene marcharse de Plasencia sin dedicar un rato a pasear por la antigua judería, uno de los barrios más pintorescos del casco histórico. Sus calles estrechas y enrevesadas, como la Trujillo o la Zapatería, conservan el trazado medieval y transmiten la memoria de la comunidad hebrea que habitó la ciudad hasta el siglo XV.
Palacio Monroy. ©Turismo de Plasencia.
Aunque no quedan sinagogas en pie, la atmósfera del barrio invita a dejarse llevar sin rumbo fijo, descubriendo rincones donde las fachadas encaladas y los balcones floridos ofrecen estampas de gran encanto. El recorrido, que no exige más de media hora, es perfecto para quienes buscan un contacto más íntimo con la historia menos visible de Plasencia.
Recorrido por la antigua judería. ©Turismo de Plasencia.
El itinerario cultural puede completarse con una visita al Museo Etnográfico Textil Pérez Enciso, que exhibe piezas relacionadas con la tradición artesanal de la lana, tan ligada a la trashumancia en esta zona de Extremadura. La entrada es gratuita y permite comprender mejor cómo la vida económica de Plasencia estuvo vinculada a la Mesta y al paso de ganados. Otra alternativa es el Museo Catedralicio, con obras de orfebrería, tapices flamencos y esculturas de gran valor.
El acueducto de Plasencia, a su paso por el barrio de San Antón.
Además de palacios y museos, Plasencia invita a recorrer sus jardines y espacios verdes. El Parque de la Isla, a orillas del río Jerte, es un lugar perfecto para pasear al final de la tarde, con zonas arboladas, estanques y senderos tranquilos.
También el Parque de los Pinos, con su pequeño zoológico y aves en semilibertad, resulta muy agradable para quienes viajan en familia. Ambos parques están a pocos minutos del centro histórico, lo que permite combinarlos con el itinerario monumental sin perder tiempo en desplazamientos.
Cena: mesas con vistas y marcha
Además de gastrobares y muchos pubs, Plasencia también ha reconvertido algunos espacios históricos en restaurantes, como sucede con el Palacio Carvajal Girón, un hotel en el que también recomendamos la pernocta y cuyo restaurante está a la altura del espacio en el que se encuentra, donde aparece una carta con clásicos extremeños bien pulidos, varias propuestas de carne y pescado y todo en un ambiente particularmente acogedor.
Ensalada de tomates cherry y burrata. ©Xodó.
También en el centro, el restaurante Succo es otro de las referencias fundamentales para comer o cenar bien en Plasencia, donde ofician los hermanos David y Pablo Vicente, y que con mimbres extremeños han compuesto también una carta original que se sale de los platos más clásicos, bien reforzada por una oferta de vinos potente y original para la zona.
Costilla glaseada con cerveza negra y manzana asada. ©Succo.
Distinto, tanto por estética como por carta, es Xodó, enfocado a un público algo más joven y que ha sabido hacerse un hueco en Plasencia con una oferta algo más fresca y desenfadada, con un local que acompaña en esta circunstancia y que también recomendamos para desayunar o comer.
Sala del restaurante del Parador de Plasencia.
En cuanto a clásicos, resulta imposible no mencionar el restaurante del Parador, si vais buscando opciones más tradicionales, con una cocina que toca varios palos, especialmente el de clásicos extremeños remasterizados y puestos un poco al día, con un ambiente tranquilo, en un espacio total que se distribuye entre edificios históricos como el convento de San Vicente Ferrer, la iglesia de Santo Domingo y el palacio de Mirabel.
Imágenes | iStock / Turismo de Plasencia
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