Hoy las calles de la ciudad de Berna han amanecido tomadas por una curiosa protagonista, la cebolla, en todas sus formas y colores. Y es que el último jueves de noviembre se celebra en la capital suiza el Zibelemärit, un festival dedicado íntegramente a la cebolla que llena el casco antiguo de una atmósfera -y aroma- muy especial.
El Zibelemärit es uno de los acontecimientos más peculiares de Suiza, una tradición de origen popular que combina folclore, tradición, gastronomía y artesanía. A los suizos les encantan las celebraciones que ponen en valor los productos y costumbres más nacionales, y la gran fiesta de la cebolla es la ocasión perfecta para ensalzar el trabajo del campo en un ambiente prenavideño donde, por supuesto, se come y se bebe muy bien.
Una fiesta muy querida con varios siglos de antigüedad
Como ocurre con tantas fiestas populares, es difícil dar con el origen exacto del Zibelemärit, pero sí se sabe que su tradición se remonta hasta principios del siglo XV. Una de las leyendas cuenta que en 1405 se produjo un incendio catastrófico que destruyó más de 600 viviendas del centro de la ciudad, dejando también muchos fallecidos. Ante la gravedad de la situación acudieron en auxilio muchas poblaciones cercanas, destacando la ayuda que llegó desde Friburgo.
Sofocadas las llamas, los vecinos del cantón francoparlante colaboraron también en la reconstrucción, y en agradecimiento los berneses les permitieron vender cada otoño su cosecha de cebollas dentro de la ciudad.
También se dice que el origen de esta fiesta estaría simplemente en el mercado específico dedicado a la cebolla que se crearía en algún momento del siglo XV. Parece ser que en el primer mercado urbano de Berna se vendía de todo menos cebollas, así que se terminó estableciendo un lugar de venta concreto para ellas.
Fuera como fuese, en Berna se fijó la costumbre de dedicar una fecha a la cosecha de cebollas y ajos, ya a finales de noviembre, con todo el producto ya recolectado antes de la llegada del invierno. El momento perfecto para llenar bien la despensa de un producto como valorado gastronómicamente, pero fundamental en la cocina.
El gran día de lucimiento de la cebolla, en todas las formas imaginables
Si pensáis que un festival dedicada a la cebolla es aburrido, no conocéis muy bien a los suizos. Quizá no tengan fama de ser el pueblo más fiestero o juerguista del mundo, pero cuando hacen algo, lo hacen bien. Ponen mucho esmero y cariño a sus tradiciones, y saben mimar como nadie el producto local y sus costumbres.
Tampoco les importa madrugar, como puede comprobar todo el que quiera ver amanecer este día contemplando cómo un ejército de cebollas y ajos se apodera del centro de la ciudad. El mercado arranca oficialmente a las 6 de la mañana pero horas antes ya empiezan a levantarse los puestos y las decoraciones que engalanan las calles y la plaza principal.
Agricultores, productores y artesanos visten el centro antiguo con bonitas guirnaldas de cebollas y ajos de colores, con flores y otros productos naturales de la región. Y en los más de 200 puestos que forman ya el Zibelemärit no solo se pueden comprar cebollas de todos los tamaños, formas y colores, también hay coronas, adornos, juguetes, textiles, conservas y todo tipo de objetos artesanales, siempre con la cebolla como protagonista.
No puede faltar la comida y la bebida, con el Glühwein como estrella para entrar en calor, que el frío ya aprieta. Sopa de cebolla, pastel de cebolla, salchichas Bratwurst -sí, con cebolla-, pizza con cebolla, guisos y estofados de cebolla... Por suerte para los menos aficionados a su sabor, no faltan otras especialidades típicas suizas en los puestos callejeros y restaurantes de la zona, ya con los dulces navideños -como Lebkuchen buscando su lugar.
El mercadillo se extiende por las calles principales del casco viejo, y además se celebran diferentes actividades para animar aún más el ambiente. Como una comparsa carnavalera, el Zibelegringe de enmascarados se pasa el día cantando por las calles y tabernas diversas hazañas históricas de la ciudad, y se hace tras el nombramiento del Oberzibelegring, una orquesta acompaña al grupo desfilando al ritmo de la música.
Por la tarde, al caer el sol -es decir, temprano- tiene lugar uno de los actos más concurridos, la lluvia de confeti de colores y martillos de juguete que todo el mundo juega a lanzarse unos a otros, en una especie de batalla festiva, preparando ya la clausura del festival.
¿Quién hubiera imaginado que la cebolla podría dar tanto de sí? Está claro que con algo de imaginación y ganas de pasarlo bien hasta el producto más humilde puede generar una celebración multitudinaria que atrae a miles de visitantes cada año. Algo me dice que los berneses se declararían del bando de los concebollistas en nuestro interminable debate sobre la tortilla de patatas.
Fotos | Joel Bez - Lisa Stevens