La iglesia más singular del País Vasco está entre bosques y valles y no tiene cientos de años: solo apenas setenta

En el municipio de Oñate, la basílica de Aránzazu es el mejor exponente del arte sacro contemporáneo de Euskadi

Iglesia Impresionante Euskadi
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Jaime de las Heras

Editor Senior
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Jaime de las Heras

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En España, el arte sacro no se mira: se respira. Está en los ábsides que se abren como abanicos de piedra gótica, en las cúpulas que se elevan como promesas hacia el cielo, en los retablos que arden en dorados barrocos, en las iglesias encaramadas a riscos imposibles, en las ermitas solitarias rodeadas de encinas, en los claustros donde el tiempo parece haberse dormido.

El patrimonio religioso de este país es un tapiz inmenso de historia, fe y belleza. Lo forman catedrales imponentes, pequeñas capillas rurales, monasterios silenciosos, basílicas que han sido testigo de coronaciones, guerras, milagros y silencios.

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Y, sin embargo, a veces, lo más inesperado es lo que mejor define un lugar. En el corazón del País Vasco, allí donde la piedra y la fe siempre han ido de la mano, se levanta una basílica que no se parece a ninguna otra. No se construyó en la Edad Media ni la firmó ningún arquitecto del Renacimiento. No obedece a los cánones de lo clásico.

Su lenguaje es otro, más abrupto, más valiente, más contemporáneo. Es una obra que dialoga con la montaña. Y se llama Aránzazu. La basílica de Aránzazu no está en una gran ciudad. Está en Oñati, una villa de piedra y silencio, que ya en el siglo XVI albergaba la primera universidad del País Vasco.

Desde allí, una carretera se retuerce entre laderas hasta llegar al santuario. Se encuentra en lo alto, a setecientos metros de altitud, entre barrancos que parecen abrirse de golpe, como si la tierra hubiera decidido romperse para mostrar su interior.

El entorno es áspero, de roca viva, de bosque espeso. Allí, donde según la leyenda se apareció la Virgen a un pastor en un espino blanco, la espiritualidad ha echado raíces desde hace siglos. Pero no fue hasta mediados del siglo XX cuando se decidió levantar una nueva basílica que sustituyera a las anteriores, destruidas por incendios.

En lugar de reproducir los modelos tradicionales, se eligió otra vía: una arquitectura radicalmente moderna, que no compitiera con el paisaje, sino que hablara su mismo idioma.Los arquitectos Francisco Javier Sáenz de Oíza y Luis Laorga imaginaron un edificio que parecía brotar de la piedra cuyas obras comenzaron en 1950.

Basilica Turismo Euskadi Santuario de Aránzazu. ©Turismo de Euskadi.

Lo que surgió de sus planos fue un templo monumental, pero no grandilocuente. La fachada, hecha de piedra gris, se abre con tres torres angulosas que se alzan como espinas. No es un detalle casual: según la tradición, fue sobre un espino donde se apareció la Virgen. La torre central alcanza los cuarenta y cuatro metros, rematada por una cruz de acero.

A los pies de esas torres, las puertas de entrada fueron confiadas a Eduardo Chillida, uno de los grandes escultores vascos del siglo XX. Chillida no diseñó simples puertas: creó esculturas de hierro, macizas y abstractas, que funcionan como umbrales simbólicos.

Obras De La Basilica En 1952 C Arantzazu Obras de la basílica en 1952. ©Arantzazu.

Son fragmentos de materia que parecen surgir de un mundo antiguo, pero que hablan el lenguaje del presente. Encima, otro gigante del arte vasco dejó su huella indeleble: Jorge Oteiza. Su intervención fue tan audaz que generó un debate que duró años.

Los Apostoles De Jorge Oteiza C Arantzazu Los apóstoles de Jorge Oteiza. ©Arantzazu.

Talló catorce figuras de piedra: los apóstoles, pero no como los había mostrado la tradición. No son hombres con túnica, ni barbas, ni gestos teatrales. Son formas geométricas, alargadas, silenciosas. Hablan con el cuerpo, con la ausencia, con la materia. Cada figura pesa varias toneladas. Están alineadas, como en procesión, como si se dispusieran a cruzar el umbral junto al peregrino.

Detalle De Las Puertas Disenadas Por Eduardo Chillida C Arantzazu Detalle de las puertas diseñadas por Eduardo Chillida. ©Arantzazu.

En el centro, una Dolorosa contenida muestra a su hijo muerto. No hay dramatismo, hay intensidad. Oteiza pensaba que la emoción no venía de lo obvio, sino del vacío. Dentro, la nave principal sorprende por su amplitud. No hay columnas que interrumpan la vista. La mirada se dirige directamente al ábside, donde Lucio Muñoz compuso un mural de seiscientos metros cuadrados. Lo hizo con madera pintada, con ocres, azules, sombras.

El Abside De La Basilica C Arantzazu El ábside de la basílica. ©Arantzazu.

Es una composición abstracta que recuerda el mundo vegetal, el bosque, las raíces. No hay figuras. Hay materia viva. La Virgen de Aránzazu, pequeña, está en el centro, iluminada por una luz cenital que cae sobre ella como una caricia.Las vidrieras, obra del fraile Javier Álvarez de Eulate, no representan escenas bíblicas. Son campos de color. Azules, verdes, rojos que se transforman con el paso del sol.

Detalle De Las Vidrieras Pintadas Por Javier Alvarez De Eulate C Arantzazu Detalle de las vidrieras pintadas por Javier Álvarez de Eulate. ©Arantzazu.

La luz no entra, se filtra, se queda flotando en el aire. Y en la cripta, donde la penumbra se hace más espesa, otro artista dejó una marca imborrable: Néstor Basterretxea pintó un Cristo rojo, enorme, que no se mira sin estremecerse. Sus murales no buscan consolar, sino despertar. Hay en ellos una tensión entre lo humano y lo divino, entre la herida y la esperanza.

El conjunto no se parece a nada. Aránzazu no replica, no imita. Aránzazu propone. No se visita como se visita una catedral antigua. Se recorre con los sentidos atentos, con la mirada abierta.

Detalle Del Camarin Pintado Por Xabier Egana C Arantzazu Detalle del camarín pintado por Xabier Egaña. ©Arantzazu.

Es una experiencia física, casi espiritual, aunque uno no crea. Y lo mejor es que el lugar acompaña. El santuario está rodeado por montañas, por senderos que suben hacia el cielo, por un silencio roto solo por los pájaros y el viento.

Es fácil llegar desde Oñati, y la primavera o el verano son ideales para hacerlo. En esas estaciones, la luz realza los volúmenes del edificio, los colores del bosque y las sombras del interior.Aránzazu es, en el fondo, una respuesta. A la fe, al arte, al paisaje. Es una pregunta abierta al futuro desde un lugar sagrado.

Imágenes | Arantzazu / Turismo de Euskadi / Muy Gipuzkoa /

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