La octava temporada de MasterChef va ya por su ecuador. Las dinámicas entre los concursantes se recrudecen –muchos ya no pueden ocultar su animadversión– y mientras algunos aprenden a cocinar otros siguen arrastrándose por el programa como pollo sin cabeza.
En la primera prueba los aspirantes se han enfrentado a un desafío supuestamente novedoso, en el que los concursantes han sido divididos para trabajar en parejas. Juana, que fue la mejor concursante del último programa, ha escogido estas y la actriz Yolanda Ramos ha trabajado con ella, cubriendo el hueco impar.
Las parejas han tenido que cocinar una lubina en costra con salsa choron -una salsa bearnesa a la que se añade tomate-, un plato original del cocinero francés Paul Bocuse, padre de la nouvelle cuisine, que ha presentado el chef valenciano Luis Valls, del restaurante El Poblet, con dos estrellas Michelin.
Solo Juana ha recibido las instrucciones detalladas para preparar el plato, y en sus manos estaba compartir esta información con el resto de los participantes. No lo ha hecho, pero su pareja, Yolanda Ramos, si daba alguna pista. Pepe, además, se lo ha contado de boca-oreja, así que tampoco estaba claro que fuera a acordarse de todo.
Los concursantes han trabajado por relevos, emulando el plato que habían visto a la lejanía como buenamente podían. No era fácil: la lubina iba separada en lomos, con una farsa de champiñones y gambas, y recubierta en un hojaldre que debía tener forma de pescado. Mucha tarea para unos aficionados que ni siquiera saben limpiar una lubina en condiciones.
Menos el de Juana, que iba con ventaja, los platos resultantes parecían sacados de un cuento de HP Lovecraft. Entre las criaturas abisales presentadas había alguna comestible, como la de Sonsoles e Iván, pero nada podían hacer contra la septuagenaria, que se ha llevado la victoria.
Viva el vino
En la prueba de exteriores el programa se ha trasladado al Museo del Vino de las bodegas Vivanco, en La Rioja, comunidad que hoy pagaba la factura (con su presidenta de cuerpo presente). Allí los aspirantes, dividido en dos grupos, han tenido que cocinar un menú tradicional para 50 concursantes y el otro uno de vanguardia para solo 15 comensales, firmados, respectivamente, por Pepe Rodríguez y Jordi Cruz.
El menú constaba de solo tres platos: patatas a la riojana, costillas de cordero lechal con verduritas y, de postre, torrijas.
La versión de Pepe era la clásica, pero la de Cruz era mucho más complicada, con todo tipo de elaboraciones y texturas: las patatas se cambiaban por tupinambo, el cordero iba a baja temperatura y la torrija iba acompañada de helados, espumas y tofe.
En esta ocasión han sido Luna y Anna, las que peor cocinaron la lubina, las capitanas de los equipos. Han podido escoger con quien trabajar, pero sus compañeros podían quitarles la capitanía en cualquier momento.
El chef Ignacio Echapresto, con una estrella Michelin en su Venta Moncalvillo, les ha dado algunos consejos, pero de poco le servía al equipo de Anna, que estaba cocinando el complejo menú de Jordi. Al final el chef ha tenido que ponerse la chaquetilla y meterse en cocina. Decimos "al final", aunque seguro estaba planeado desde el principio porque es completamente imposible que unos aficionados como los concursantes elaboren con éxito un menú como este.
Gracias a la ayuda de Jordi los menús han salido con solvencia, casi sin fallos, pero el equipo azul, que no ha necesitado de apoyos externos, ha sido el ganador (menos Luna y Teresa, que lo han hecho peor y han ido también a eliminación). De nuevo, un criterio injusto porque con ayuda o sin ella su menú era mil veces más sencillo.
Una eliminación técnica
En la prueba de eliminación, los aspirantes han vuelto a formar parejas, para trabajar en dos fases. En la primera, han tenido que cocinar un plato libre en 45 minutos utilizando, al menos, cuatro técnicas de cocina escogidas por Luna, la concursante con la que ninguno de los delantales negros quería cocinar. Así Luna ha repartido por cada pareja cuatro tarjetas con palabras como adobar, confitar, emulsionar, escabechar, escalfar, flambear, nitrogenar, osmotizar, prensar o cocinar al vapor.
Aunque la mayoría de concursantes conocían las técnicas no todos sabían aplicarlas. Ha habido dos platos decentes, unos baos con carrillera y un plato de verduras en diferentes texturas, pero Teresa y Sonsoles han presentado un plato bastante peregrino, en el que han adobado un carabinero (¡qué necesidad!) acompañado de un helado de aguacate, que no era helado ni nada. Así que han pasado a la siguiente parte de la prueba de eliminación, donde se han enfrentado contra Luna.
Las tres aspirantes han cocinado, ya de forma individual, un plato libre en 45 minutos, usando estas cuatro técnicas: ahumar, gelificar, marinar o gasificar. No era una prueba sencilla. Las tres concursantes no habían utilizado estos métodos jamás y no era fácil mezclarlos en un solo plato. Y el resultado, obviamente, han sido platos entre malos y desastrosos, con elementos separados sin demasiado sentido.
La única que ha presentado un plato comestible ha sido Luna, y Sonsoles, que ha servido un plato con cuatro elementos separados con las técnicas mal aplicadas, ha sido la expulsada del día.
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