¿Una loncha de musgo? ¿Una rebanada de pan mohíno? ¿El desayuno de la Cosa del pantano? La torrija de té matcha es la nueva creación de pastelerías Juliettas, que viene acompañada de otra versión azul del postre, elaborada con espirulina. “Dos ingredientes de excepción que se incorporan a las torrijas para subir el nivel y sofisticar este postre”, reza la nota de prensa.
En su afán por ofrecer “creaciones nunca vistas”, las pastelerías de media España se empeñan en superar lo insuperable, llevando un postre que es popular por su condición de humilde al puro esnobismo.
Más correos en la siempre interminable bandeja de entrada del trabajador del Antropoceno. Este reza: “Pastelería Mallorca reinventa la torrija con su versión con trufa negra junto a Nino Redruello”.
Atentos, que estamos ahora ante “un postre con una base de torrija tradicional, de pan de brioche calado en leche e infusionado con canela y piel de naranja y limón, al que se le incorpora una crema semimontada de chocolate blanco y trufa que, evocando a la stracciatella, da todo el protagonismo a la intensidad de la trufa y la cremosidad del chocolate blanco. Además, el plato se finaliza rallando en el momento de servirlo trufa negra fresca”.
Con independencia de que el postre esté bueno –que lo estará, porque su creador es un grandísimo cocinero–, ¿qué necesidad hay de “darle un giro” a la torrija? ¿Necesita un giro el arroz con leche? ¿Las natillas? ¿El flan de huevo?
No hablamos aquí de comportarse como un italiano (o un valenciano), con su insoportable ortodoxia gastronómica, sino del absurdo de exprimir la mercadotecnia de un plato que, sabemos, de moda, hasta alcanzar el ridículo. En definitiva, pasarnos de frenada con la fusión, algo de lo que ya deberíamos estar escarmentados.
Pero si las torrijas de espirulina o trufa negra son a la gastronomía lo que la New Age de los noventa a la música, siempre hay alguien capaz de ir más allá, hasta los límites mismos de locura. Y no hablamos de Paco Roncero haciendo bocadillos.
Pronto en la carta de los mejores gastrobares verás las croquetas de torrija. Y querrás pedirlas, como me pasó a mí, siempre ávido de nuevas experiencias.
Incumpliendo mi máxima de no pedir nunca croquetas a boleo –el 80% de las croquetas que se sirven en España son harina frita–, caímos en las redes del último invento de los fabricantes de quinta gama que, leemos después en un reportaje en Nius, lo está petando.
Son varios los proveedores que ofrecen ya esté engendro maligno que mezcla lo peor de ambos mundos, con un interior extremadamente dulce, sin la melosidad y la delicadeza que debe caracterizar a una buena torrija de leche, y un exterior pastoso y grasiento. Un exterior de lo que es: una croqueta congelada.
Ni hecho de forma casera este invento iba a llegar a buen puerto, ¿cómo iba a salir bien en la misma freidora industrial en la que acabas de hacer un kilo de Nuggets de pollo?
La buena noticia es que, una vez llegados a este punto, la burbuja torrijil no puede más que estallar.
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