En un mundo cada vez más consciente de la sostenibilidad y el bienestar animal, el veganismo es una respuesta ética y una elección de vida para muchas personas. Sin embargo, quienes adoptan esta postura a menudo se enfrentan a una hostilidad sorprendente y, en ocasiones, inexplicable.
El odio antivegano, comúnmente expresado como veganofobia, no se sustenta en una base racional, sino que más bien refleja un conjunto de sesgos cognitivos y prejuicios ocultos que operan a un nivel subconsciente. Estos sesgos dificultan la comprensión y la aceptación de las motivaciones y el estilo de vida de quienes optan por el veganismo.
La amenaza a la identidad y el estatus social
Uno de los prejuicios ocultos más potentes es la percepción de amenaza a la identidad personal y social. Para muchas personas, el consumo de carne está profundamente arraigado en la cultura, las tradiciones familiares y los rituales sociales.
Ver a alguien elegir el veganismo puede ser interpretado, consciente o inconscientemente, como un juicio implícito sobre sus propias elecciones de vida o como un ataque a lo que consideran "normal". Esta percepción de crítica, incluso cuando no se expresa a viva voz, activa un mecanismo de defensa que busca reafirmar el propio estatus y cohesionar al grupo mayoritario frente a lo "diferente", generando hostilidad hacia los veganos. Esto a menudo se traduce en preguntas como: "¿por qué no comes carne?" o "¿cómo obtienes suficientes proteínas?"
Disonancia cognitiva
Otro factor crucial es la disonancia cognitiva. La mayoría de las personas aman a los animales, pero también consumen productos de origen animal. Esta contradicción genera una incomodidad. Para aliviar esa disonancia, el cerebro busca justificaciones que le permitan mantener el comportamiento actual en lugar de cambiarlo.
La llamada "paradoja de la carne" plantea precisamente esto: cuando alguien se considera una persona que ama a los animales, que se preocupa por su bienestar y que se opone a la crueldad, pero al mismo tiempo participa en un sistema que implica la explotación y el sacrificio de animales para el consumo.
Esto se traduce en la desvalorización del veganismo y de quienes lo practican. Se recurre a estereotipos y a mitos, como el de las supuestas deficiencias nutricionales. Al proyectar una imagen negativa del vegano, se reduce la presión interna y se valida el propio consumo de carne sin tener que enfrentar la contradicción.
La "carnonormatividad"
La sociedad está profundamente impregnada de "carnonormatividad", la creencia de que comer carne es natural, necesario y normal. Esta norma cultural es tan dominante que cualquier desviación, como el veganismo, es vista como extraña, radical e incluso antinatural.
En general, el ser humano tiene una fuerte resistencia al cambio y a desafiar el status quo, especialmente cuando se trata de hábitos arraigados y placenteros. El veganismo, al cuestionar una práctica tan fundamental, es percibido como una amenaza a la estabilidad y al orden social establecido, lo que impulsa el rechazo y la burla como formas de mantener la "normalidad" y evitar la introspección sobre las propias costumbres.
La deshumanización del "otro"
Finalmente, la creación y difusión de estereotipos negativos son herramientas poderosas para fomentar el odio. La imagen del "vegano extremista", "débil", "enfermo" o "moralmente superior" es una caricatura que se perpetúa en el imaginario colectivo.
En los años 60 y 70, el concepto de no violencia se englobó en la imagen del hippie tradicional. Este personaje, visto como "fuera de la norma", fue el origen de muchas representaciones. A partir de los 2000, se empezó a normalizar el respeto por otros estilos de vida y decisiones de consumo, aunque la representación de personajes vegetarianos y veganos en la industria del cine, series y televisión seguía plasmándose a menudo en tono de burla.
Hoy en día, con más acceso a la información, más estudios y más educación, se observa una positiva normalización de ser vegano, sin que esta característica defina única y exclusivamente a la persona.
No hay duda de que los estereotipos no solo simplifican y distorsionan la realidad de la comunidad vegana, sino que también permiten la deshumanización del grupo. Al reducir a los veganos a caricaturas propias de los años 60, 70, 80 y 90, resulta más fácil justificar la hostilidad, el ridículo y el aislamiento.
Quizás en los años venideros, no habrá un "personaje vegano" que identificar; simplemente será uno más, sin distinción.
Imagen | Veganliftz
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