Uno de los países más importantes del vino nunca hizo vino: cómo Reino Unido se convirtió en una potencia vitivinícola

Uno de los países más importantes del vino nunca hizo vino: cómo Reino Unido se convirtió en una potencia vitivinícola
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González-Byass, Sandeman, Blandy's, Osborne, Williams & Humbert, Garvey, Graham's, Croft, BurmesterNinguno de estos nombres suenan demasiado españoles, al menos no en origen. Tampoco suenan portugueses. Sin embargo, son algunas de las enseñas más famosas y potentes del mundo del vino y, como suena evidente, destilan ascendencia británica.

Es parte de la historia de los vinos fortificados o vinos generosos, marcada por la presencia inglesa en los puertos de media Europa, y que ha acabado dejando una impronta enológica por todo el Viejo Continente con un sello inglés que, sin embargo, nunca ha producido vino.

No hace falta irse demasiado lejos para buscar esas referencias. Las encontramos, si de España hablamos, en los vinos del Marco de Jerez o en los de Montilla-Moriles. Cerca, pero en otro acento, resulta fundamental pensar en los vinos de Oporto o en los vinos de Madeira.

Tampoco está lejos Marsala, en la isla italiana de Sicilia, en cuya punta occidental se producen también vinos generosos que, una vez más, han acabado vinculados de una forma u otra a la presencia inglesa.

¿Cómo es posible que un país que nunca ha elaborado vino —o no hasta ahora— haya cambiado el designio de zonas vitivinícolas con tanta potencia? La respuesta, como casi siempre que está Inglaterra de por medio, está en el mar.

Marinos, mercantes y vinos que aguantasen

El principal problema del vino, igual que sucede en el siglo XXI, es su transporte. Ahora imaginemos la Europa de los siglos XVII y XVIII, donde no había barcos mercantes con contenedores refrigerados. Tampoco un mundo donde se podían asegurar con facilidad las cualidades del vino después de viajes que podían durar semanas o meses.

Ahora metamos en la ecuación a Inglaterra. Conocida desde la Edad Moderna por su imperio de ultramar, la fama de la flota mercante británica sólo se podía equiparar en Europa con los buques neerlandeses, la otra gran potencia náutica y comercial de Europa.

Historia3 1 Carga de toneles a principios del siglo XX en Oporto. ©Burmester.

Si ahora desvelamos otra incógnita, como puede ser la influencia anglosajona en Portugal, tendremos buena parte de las respuesta. Tras numerosas guerras en el continente europeo a finales del siglo XVII, la situación provocó que, por distintos motivos, Inglaterra no pudiera disfrutar del vino francés como consecuencia.

Aprovechando la coyuntura, Inglaterra firma con Portugal el Tratado de Methuen en 1703, comprometiéndose ambas potencias a una relación principalmente comercial en la que Inglaterra daría prioridad a los vinos portugueses, mientras que Portugal compraría sólo tejidos ingleses.

Historia4 1 Fotografía histórica de las bodegas Burmester, en Douro. ©Burmester.

Ahora toca pensar: ¿cómo se podía conseguir que el vino portugués, metido en enormes toneles, aguantase la travesía hasta Inglaterra sin picarse o avinagrarse? La respuesta, sencilla para el que conozca algo de la historia del vino, es la fortificación.

No era una elaboración inglesa, ni mucho menos, pues ya había testimonios de vinos fortificados a mediados del siglo XVII, pues la mejor forma de hacer que el vino viajase con facilidad era limitar la presencia de bacterias que pudieran avinagrar el vino. Y todo eso se conseguía añadiendo espirituosos, básicamente aguardiente, que paraban la fermentación del vino. Algo que en la zona del Valle del Douro ya se hacía con la intención de que sus vinos pudieran viajar y ser vendidos. Sin embargo, sería el impulso británico el que diera fama mundial a los vinos de Oporto.

Istock 1353239884 Viñedos en el Valle del Douro, Portugal, con los que se elaboran los vinos de Oporto.

A saltos por Europa

Era cuestión de tiempo que los mercantes británicos fueran descubriendo nuevos puertos y nuevas zonas vinícolas, contagiando así de una forma de elaborar el vino que salpicaría pronto a otras zonas. Es el caso de la también portuguesa Madeira, donde el vino de Madeira sigue un estilo muy parecido al de Oporto: se fortifica con un espirituoso neutro, que generalmente es a base de caña de azúcar en el caso madeirense.

Bodega De Blandy S Bodega Blandy's, fundada en 1811 en Funchal, Madeira. ©Blandy's.

Así se multiplicó la importancia de este vino, más aún con el aumento de la influencia inglesa en América a costa de las colonias norteamericanas, sirviendo Madeira como puerto franco en el que hacer un alto en mitad del Atlántico y donde llenar sus buques de vino portugués que podía aguantar estas travesías oceánicas, razón por la que el siglo XVIII fue el gran siglo del vinho de Madeira.

Istock 1387438696 Viñedo en Madeira.

El caso andaluz

No lejos estaba España, donde podemos ir viendo que los mimbres británicos empezaron a urdir una nueva red: la del vino del Marco de Jerez y de Montilla-Moriles. La Bahía de Cádiz se convertía así en un punto privilegiado para el comercio, puerta del Mediterráneo y, además, en una particular alacena de vinos que, tras fortificarse, volvían a ser moneda de cambio habitual con la que seducir a los paladares británicos.

Una Bodega De Jerez Una bodega de Jerez. © Consejo Regulador Jerez-Xeres-Sherry.

Como en los casos portugueses, los vinos del Marco de Jerez necesitan un encabezamiento para parar esa fermentación alcohólica, algo que sucede de manera indistinta en los vinos de crianza biológica —finos y manzanillas— como en los vinos de crianza oxidativa —amontillado, oloroso y palo cortado—. No obstante, no son estas categorías las que el inglés que llegó a finales del siglo XVIII a las costas de Cádiz demandaba.

Su paladar buscaba un vino que en España actualmente apenas se consume, pero que en las Islas Británicas siguen apreciando: los cream, un vino de mezcla o cabeceo que se elabora mezclando secos de crianza oxidativa con vinos a base de uva pedro ximénez.

¿Quiere esto decir que fueron los ingleses los que nos enseñaron a hacer vino? No, radicalmente, pero sí que fueron los que con su comercio de ultramar empezaron a difundir con más ahínco el consumo de unos vinos que en Cádiz ya se fortificaban.

Istock 1187853011 Racimo de uvas pedro ximénez, la base de los vinos de Montilla-Moriles y también de algunos de los vinos del Marco de Jerez, como los olorosos.

¿Lo irónico del asunto? Que Inglaterra se percató de la calidad de estos vinos cuando, tras un saqueo pirata a la ciudad de Cádiz, el corsario Martin Frobisher llevó a Londres alrededor de 3.000 botas de vino a finales del siglo XVI. A partir de ahí, Inglaterra supo lo que se fraguaba en las sacristías jerezanas y comenzó a comercializarlo, si bien la labor de producción seguía siendo eminentemente española.

El broche de la ironía, como también puede ser evidente, es que había unos vinos españoles que alcanzaban tanto grado por sí solos con la uva que no necesitaban ser encabezados. Hablamos de los vinos de Montilla-Moriles, en la campiña cordobesa, que darían nombre a lo que hoy conocemos como vino amontillado.

Istock 1219876084 Asoleo de uvas en la DO Montilla-Moriles, en la provincia de Córdoba.

El tipo de uva de la zona, la pedro ximénez, y el sistema de asoleo —dejándose pasificar ligeramente las uvas tras la vendimia al sol directo— permitían aumentar la concentración de azúcar de forma natural. De esta manera, los vinos de Montilla no necesitaban añadir alcohol al proceso, produciéndose una suerte de fortificación.

La incursión italiana

Istock 1322476067 Porta Nuova, en la localidad siciliana de Trapani.

Aunque en Europa hay muchos más vinos dulces, algunos tan famosos como los Tokaji húngaros o incluso el Fondillón alicantino, la impronta inglesa no puede ser meritoria de su reputación. Caso contrario a lo que sucede con otro de los ilustres vinos fortificados del Viejo Continente: el Marsala.

Ubicada en la costa occidental de Sicilia, la pequeña localidad de Marsala era otro puerto de paso en el Mediterráneo occidental, sobre todo teniendo en cuenta la proximidad de Sicilia con la isla de Malta, colonia inglesa durante el siglo XVIII.

Istock 1451307918 Viñedo y bodega en Marsala, Sicilia.

Allí descubrieron que, a un modo parecido al español y al portugués, los italianos envejecían sus vinos en toneles, tras fortificarlos, con un procedimiento parecido al sistema de criaderas y soleras de Jerez. En el caso italiano se llama in perpetuum, donde se iba vaciando paulatinamente la barrica más cercana al suelo, refrescándose en las cotas superiores con vinos más jóvenes, un proceso muy similar al que se establece en Jerez.

Leonor Palo Cortado - Vino D.O. Jerez - 750 ml

El descubrimiento, achacado a un comerciante británico llamado John Woodhouse, sirvió para que en la década de 1770 hiciera las primeras compras de vino de Marsala y las llevase de nuevo a Inglaterra. Como en los casos anteriores de España y Portugal, el mercado inglés alabó aquel vino dulce y de regusto alcohólico, elevando al Marsala a una cúspide enológica donde, una vez más, Inglaterra no producía vino, pero acababa vendiéndolo y asemejándolo a su gusto.

Imágenes | Blandy's / Burmester / iStock / Consejo Regulador Jerez-Xeres-Sherry

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